La propuesta de Andrea Di Stefano, un actor italiano devenido en director debutante, se vale de altas dosis de ficción telenovelesca para retratar la historia de Pablo Escobar; algo que no alcanza a concretarse, ya que el director -como si el protagonista que tiene no fuese suficiente para sostener un relato- decide crear otro personaje que adquiere el status de eje central de la película. Entonces, ¿por qué hacer una película que se titule Escobar: Paraíso Perdido, pero que no pretende relatar la famosa historia del jefe del Cartel de Medellín? Lo cierto es que esta ópera prima no lo tendrá al narcotraficante como figura central sino que seguirá las peripecias de Nick (un surfista canadiense), por más que la presencia de Benicio Del Toro como Escobar sobrevuele la trama como un cuervo a un cadáver descomponiéndose.
Si el Escobar de Del Toro no genera el magnetismo que sí despertaron personajes como los Buenos Muchachos de Scorsese, Tony Montana o Don Vito Corleone, por nombrar algunos ecos que hay detrás de esta ópera prima y que Di Stefano intenta emular sin éxito, es porque el director no tiene idea de cómo explotarlo. Porque la única fuerza que mueve la película es Benicio Del Toro, como si quisiera cargársela en su espalda XL con su mera presencia en pantalla. Un personaje que es, ante todo, presencia física: desde la primera escena su cuerpo lo tapa todo, como el de una bestia contenida cuya furia está a punto de ser desatada. Y como si del mismo Hulk se tratara, cuando Del Toro mira, parece transformarse en un monstruo. Pero este es un monstruo que Di Stefano no entiende; que le queda grande, porque es uno de esos personajes “bigger than life” que se imponen ante la película por más que intenten reducirlos. El director no sabe cómo reflejar su carisma, la complejidad de su encanto ni su mirada sobre el mundo. Y sin comprender demasiado en qué se metió, comienza a rellenar todo espacio que rodea a su personaje hasta ahogarlo en un culebrón con alteraciones temporales, flashbacks innecesarios y personajes que no encuentran su lugar dentro de esta historia, porque no pertenecen a su universo sino que lo habitan de manera forzada. De hecho, Nick jamás se convierte en un hombre de confianza para Escobar; y como él, nosotros parecemos estar por fuera de ese círculo íntimo del personaje al que nunca accedemos.
Di Stefano alcanza a mostrar apenas trazos superficiales de algunas de las excentricidades del zar de la cocaína, como tener un elefante en su hacienda o el auto en el que asesinaron a Bonnie y Clyde, y por momentos logra cierto nivel de tensión, aunque nunca llega a crear suspenso ni a profundizar en ningún aspecto del personaje. De la misma manera, tampoco construye la relación amorosa entre Nick y la sobrina de Escobar, ni entre Nick y su hermano, o entre Escobar y su familia, ni analiza su trabajo, los datos históricos y ni hablar de lo que representó su figura para la sociedad colombiana. Eso no parece interesarle demasiado al realizador, pero tampoco sabemos qué es lo que le interesa de Pablo Escobar o a dónde quiere llegar.
El caso de Escobar: Paraíso Perdido es de esos en los que un personaje con mucho potencial es desperdiciado y lo que podría haber sido una gran biopic sobre el narcotraficante colombiano, termina siendo una telenovela o a lo sumo un mediocre telefilm que cuenta una historia mucho menos interesante que la que tenía entre manos.