El amor es más fuerte, lamentablemente
Entre la necesidad de cierto verismo periodístico, con la presencia de datos históricos puntuando el relato aquí y allá, y la apuesta por lo ficcional, con una historia de amor entre un surfer canadiense y una sobrina del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria que obviamente se cruza con este personaje, sucede Escobar: paraíso perdido. El debut en la dirección del actor Andrea Di Stefano es una película que se nutre de esas ambigüedades para potenciar sus posibilidades pero que termina por ser inconsistente como retrato y escasamente interesante como espectáculo. Con ejemplos en el horizonte como la mayor El padrino, esta es una obra que continúa la idea de la mafia como una familia cuyos lazos atrapan y no sueltan: la ingenuidad del surfer interpretado por Josh Hutcherson se da de narices contra la fascinación sibilina del Escobar de Benicio Del Toro. Y la pelea es desigual, no sólo por el peso de cada personaje, sino también por actuaciones que no están a la par. Lo de Del Toro es arrollador, y en él se sostienen algunos de los atractivos del film.
A Escobar: paraíso perdido lo que le termina jugando en contra es, precisamente, su ambición por acercarse no sólo a la figura del emblemático narco, sino también a la sociedad colombiana que vivía dominada por el imperio de Escobar. Sin la presencia de un personaje histórico con una carga simbólica tan fuerte, el film de De Stefano sería un thriller correcto, para nada virtuoso, pero al menos muy profesional y efectivo en términos dramáticos. Sin embargo, cuando libera su mirada horrorizada sobre el narcotráfico y simplifica lo que socialmente significó un personaje como Escobar, la película no puede dejar de construir un retrato primermundista que mira con cierto desdén. Esa superficialidad, aún cuando se pretende reflexiva -y especialmente por eso-, es lo que termina lastrando la potencia del film.
Tampoco ayuda mucho la banalidad de los personajes, especialmente el del enamorado metido en un contexto que lo supera. Sus motivaciones son melifluas, el amor solo no alcanza cuando la historia quiere hablar de otros asuntos como las posibilidades de cambio en la vida, la forma de acceder a ellas y sus consecuencias. Pero por ahí andan, además, unos matones muy de tono grueso, metáforas visuales bastante berretas, música que carga de importancia imágenes que no lo son y unas referencias a cuentos clásicos que aún si tienen potencial se exhiben de manera tan grosera que pierden efectividad. Por suerte está Del Toro, más contenido que de costumbre y con un porte que sutilmente impone el mundo interior de un personaje tan fascinante como repudiable. En su actuación estaba la clave de una película mejor, pero a Di Stefano le pudo más el gusto por la analogía entre el narco y el surfer. Ecuación que, por supuesto, resta.