El hombre detrás del asesino
Benicio del Toro, más que conmover, asusta con el modo en que encarna a Pablo Escobar Gaviria.
Un personaje puede tranquilamente deglutirse una trama, y con ello toda una película. Pablo Escobar Gaviria tuvo suficientes elementos en su vida como para crearle otros de ficción a su alrdedor, pero así y todo Escobar: Paraíso perdido se las arregla para que, con eso que es mentira, se construya una historia que sigue atrapando por el peso específico del personaje.
Y por el de quien lo interpreta.
En Escobar: Paraíso perdido el punto de vista no es el del zar del narcotráfico, si no el de un joven surfista y canadiense (Josh Hutcherson, Peeta en Los juegos del hambre), que llega hasta Colombia y se enamora de una sobrina de Escobar. Nick irá ingresando de a poco al círculo íntimo.
La estrategia no es nueva, pero tampoco llega a ser como la de Missing, de Costa-Gavras, donde en verdad la dictadura pinochetista era un telón de fondo y lo que importaba -a los estadounidenses- era la suerte del hijo de Jack Lemmon y esposo de Sissy Spacek. Eran norteameicanos en una tierra extraña.
Aquí por más que Nick -que aclara no es estadounidense, sino canadiense, “que no es lo mismo”- sea protagonista, importa la suerte de más gente. De su amada, de su hermano y de un pueblo.
La mirada del actor Andrea Di Stefano, italiano que debuta en la realización, está puesta en cómo Escobar podía ser un padre de familia babeándose por sus hijos, pero también actuar con una crueldad inusual, pero ya reconocida.
Tampoco es que Benicio Del Toro -cumple otra de esas caracterizaciones tan profundas, de adentro, que por el personaje que encarna, más que conmover, asusta- esté poco tiempo en pantalla, como le tocaba a Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes, e igual era el protagonista.
Aquí Del Toro impone su presencia cada vez que entra a cuadro.
Y si no está en él, intimida desde el fuera de campo.
Algunos verán una versión almibarada del personaje, pero lo cierto es que la ferocidad y las atrocidades no tardan en aparecer. Y que al mostrar a Escobar “como un ser humano más” el director no hace más que potenciar su salvajismo, una vez que lo ponga en práctica.
La bonita Claudia Traisac proviene de la TV y, mal que le pese, se le nota en su actuación para la cámara. Hutcherson es más convincente en la pareja, un rol en el que el director depositó toda la empatía que debe poner el espectador para sentir el temor que despertó una figura, más que polémica, siniestra y contradictoria.