La película sigue siendo la misma
Creo que vamos a coincidir en que hay dos modelos de Hugh Grant: uno de ellos es el actor dramático serio a las órdenes de directores de prestigio como James Ivory (Maurice y Lo que queda del día), Roman Polanski (Perversa luna de hiel), Ang Lee (Sensatez y sentimientos) o Ken Russell (El ritual de la serpiente) e inclusive los más modernos hermanos Wachowski que le dieron un excelente rol en Cloud Atlas (irreconocible por el maquillaje pero con todo una gran actuación). En estas películas Grant no siempre es el protagonista pero logra sobresalir por méritos propios ya que para mi gusto es un buen actor. Ahora bien, lo que le rinde sus mejores dividendos al inglés es el modelo de antihéroe un tanto torpe que suele repetir con notable suceso en una serie de comedias que han hecho historia. Con estas producciones hay que separar la paja del trigo: los hechos fácticos indican que el saldo artístico difiere cuando la comedia viene firmada por su brillante compatriota Richard Curtis que por el menos ingenioso estadounidense Marc Lawrence. Grant ha formado equipo con ambos pero las diferencias surgen naturalmente si comparamos los títulos que hizo con Curtis como Cuatro bodas y un funeral, Un lugar llamado Notting Hill o Realmente amor, con los de Lawrence que incluyen Amor a segunda vista, Letra y música, ¿Dónde están los Morgan? (el punto más bajo hasta ahora) y el filme que motiva esta nota, Escribiendo de amor (The Rewrite, 2014), que tampoco está a la altura de sus antecedentes más valiosos. A Marc Lawrence por lo general suele faltarle ese plus de talento que sí exhibe en su trabajo Richard Curtis con regularidad. Y para colmo en su faceta de director tampoco descuella, se limita a ilustrar prolijamente en imágenes un guión con personajes unidimensionales que hundirían cualquier obra de no contar con actores tan buenos. Evidentemente, más allá del éxito esporádico de alguna de estas comedias, actor y director han pegado onda para seguir reeditando el tándem a más de una década de su primera colaboración. Pero hasta acá llegamos. La fórmula hace rato que exhibe señales de agotamiento. Con Escribiendo de amor, Hugh debería dar por concluida su sociedad con Lawrence y dejar de invertir su buen nombre en proyectos de una intrascendencia absoluta.
Hugh Grant puede brindar diferentes matices a sus personajes y en el fondo mantenerse fiel a sí mismo. Si a la gente le encanta verlo tartamudear y demostrar torpeza con las mujeres, ¿qué hay de malo en ello? Pese a que el molde es similar, en cada interpretación Grant se las rebusca para dotar a sus criaturas de alguna característica nueva. En Escribiendo de amor el detalle novedoso sería la soberbia de ese guionista en decadencia que tras ganar un premio Oscar a fines de los noventa se encuentra en una encrucijada de su carrera profesional ya que está sin trabajo y las deudas se acumulan. Divorciado y con un hijo al que no ve nunca, Keith Michaels es como una versión aún más cínica del cantante y compositor de Letra y música (2007). Los dos tuvieron un pasado artístico esplendoroso y en el presente deben luchar contra el paso del tiempo que no fue benigno. La industria que en su época de gloria los elevó a la categoría de semidioses ahora los ha olvidado y deben acudir a medidas extremas para subsistir. En Letra y música, que sin ser una gran comedia romántica es la más simpática de las cuatro colaboraciones con Lawrence, la oportunidad venía de la mano de la chica que le limpiaba el departamento que resultaba ser un diamante en bruto como letrista de canciones; en Escribiendo de amor, a Michaels no le queda más remedio que aceptar la oferta que le acerca su representante de sumarse a la Universidad de Binghamton en Nueva York –lejísimo de su Hollywood querido- para dictar una clase de escritura de guiones. Michaels no se ve ni por un segundo como profesor e incluso descree que el oficio se pueda enseñar pero como quedó dicho no le queda otra. Es eso o la nada misma. Para que la experiencia le resulte más agradable Michaels escoge a sus alumnos de acuerdo a su atributos físicos: su clase, como bien dice por ahí una docente estrictísima a cargo de Allison Janney, parece un concurso de modelos. Los dos o tres varones son nerds que no representan ningún riesgo para el macho alfa de Michaels. Entre la mayoría de chicas hay una que no da exactamente con el perfil del profesor: se trata de una madre soltera con una edad más próxima a la suya que al resto de los chicos. En la piel de la siempre digna Marisa Tomei, Holly Carpenter representa el nunca bien ponderado interés romántico sin el cual estas comedias parecieran no poder encontrar un rumbo (comercial al menos). Por su influencia el insensible y mujeriego autor sufrirá una paulatina transformación que le hará ver con nuevos ojos su flamante actividad académica y también encontrará el amor cuando en su camino sólo se acumulaban relaciones carnales sin compromiso alguno. De acuerdo a la brújula moral de estos guiones, es lo que se necesita para lograr la felicidad. Un mensaje con el que Lawrence martilla y machaca al espectador. Hay que reconciliarse con la prole, hacer buenas migas con los colegas y ayudar a los alumnos a abrirse paso en el competitivo mundo del cine. Lawrence cierra todo, pero con una holgazanería creativa alarmante. Todo es previsible, rutinario y ni siquiera se le rescatan algunos comentarios filosos sobre el ambiente hollywoodense.
Con estos elementos y con Grant haciendo lo suyo sin despeinarse, Escribiendo de amor se sigue con relativo interés. Lawrence desaprovecha a un muy buen intérprete como J.K. Simmons (Oscar 2015 al mejor actor de reparto por Whiplash, música y obsesión) pero le extrae toda su desfachatez a la joven Bella Heathcote como una alumna avispada que no teme en compartir el lecho con su profesor, y sobre todo a la notable Allison Janney que es una sólida antagonista para el fresco de Michaels. No hay gags divertidos como en las anteriores comedias del dúo y tampoco diálogos de gran nivel. Sólo sobrevive el viejo carisma del ya cincuentón protagonista de Un gran chico que por ahora es suficiente para mantenerse a flote y salvar del desastre a esta producción de Castle Rock que llegó a los cines de milagro.