Cuestión de tiempo
Escribiendo de amor (cuyo título original, The Rewrite, le sienta muchísimo mejor a la historia que el desafortunado título local) es de esas películas medianas que cada vez tienen menos lugar en nuestra cartelera y que se encuentran, a medida que pasa el tiempo, siempre un poco más en peligro de extinción. El año pasado se estrenaron dos grandes comedias románticas, Sólo amigos? y ¿Puede una canción de amor salvar tu vida?, dos exponentes de las horribles traducciones locales de los mucho más precisos What if (o The F Word en Estados Unidos) y Begin Again. Ya entrado el segundo semestre de 2015, estaríamos en condiciones de afirmar que la misma tendencia que se viene repitiendo año tras año: cada vez se estrenan menos de estas películas. Y cuando aparecen, son vistas como rarezas, objetos extraños dentro del cine actual que parecen destinados al fracaso comercial.
Marc Lawrence vuelve a dirigir después de seis años y realiza una película casi anacrónica dentro de la comedia romántica contemporánea. Así como Spielberg en 1993 decidió que ya hora de que alguien reviviera a los dinosaurios, Lawrence hizo lo suyo con la comedia romántica en sus tres películas anteriores y ahora con su cuarta colaboración con el ícono del género. Para eso, elige una puesta en escena sobria evitando caer en el sentimentalismo. Una de las razones por las que la fórmula (chico conoce chica y hay química entre los dos) funciona son los actores. Y cuando dos potencias del cine como Hugh Grant –a quien las arrugas le sientan cada vez mejor– y Marisa Tomei –pura fotogenia que ilumina todo plano en el que aparezca– se conectan, logran diálogos filosos a lo screwball comedy y un timing preciso sin necesidad de recurrir a otros elementos que no sean puramente cinematográficos para contar la historia. Justamente, lo interesante de la película pasa más por la forma en que se relata la historia que por los acontecimientos que se muestran. Ya sabemos lo que se viene pero Lawrence se las arregla partiendo desde los códigos y los lugares comunes del género para sostener nuestra atención durante todo el metraje. El carisma de Marisa Tomei (créase o no ya en sus ¡50 años!) enamora a Hugh Grant y también a nosotros al punto de no querer que se termine la película solamente para quedarnos un ratito más caminando a su lado en un día soleado. Con eso alcanza y Lawrence lo sabe, por eso uno de los grandes aciertos es la ausencia del beso final, porque estamos ante una película que no se ata al género y frente a un director que lo entiende a la perfección.
Al igual que Letra y música, en la que el actor inglés vendría a ser el Keith Michaels de la música, Escribiendo de amor prefiere el bajo perfil y se mueve en un tono autorreferencial sin grandes pretensiones. La industria cinematográfica, al igual que el protagonista, se encuentra en medio de una crisis existencial y recurre cada vez más a resucitar sus épocas de gloria (reestrenos de clásicos, remakes y películas que reflexionan sobre el proceso de hacer películas) enfrentándose a la necesidad constante de reinventarse y de seguir buscando nuevas formas de sorprender al espectador. Siguiendo este camino, Lawrence se vale de la meta ficción para realizar una radiografía de la industria actual, además de elaborar una gran cantidad de guiños, citas (de Marty a Sentido y sensibilidad, con un plus si recordamos que Hugh Grant actúo en la adaptación filmada por Ang Lee) y uno de los momentos más cinematográficos y genuinamente emotivos de la película, en el que Keith le da play al video de su discurso de agradecimiento por el premio de la Academia a Mejor Guión en 1999 a su único éxito, y en un plano que un actor como Hugh Grant puede sostener, tenemos al personaje viéndose a sí mismo y casi de forma infiltrada entre todas las personas a las que les da las gracias, se cuela una alusión a su hijo, dato de su vida que ignorábamos hasta ese momento. Pero más allá de su cualidad informativa, la escena también adquiere un peso dramático porque en los mínimos gestos corporales del personaje se sugiere que los dos no se ven hace mucho tiempo.
Para Lawrence la comedia romántica es cosa seria y se acerca a ella desde la autoconciencia; nunca en modo de parodia canchera. La transformación del protagonista alcanza momentos de profunda emotividad cuyo fuerte es la sutileza, la forma de contar lo que quiere contar confiando en el poder de las imágenes. Tanto es así que el director no reduce el universo de la ficción solamente a la efectiva dupla principal, sino que lo amplía a través de los personajes secundarios que, lejos de ser meros elementos de guion para rellenar espacios del encuadre, los complementan y tienen su propio desarrollo.
Como esas películas que apuntan a emociones universales, aquellas que pasan casi desapercibidas, Escribiendo de amor viene a demostrar que, a veces, el cine es capaz de generar las emociones más genuinas y que, cuando lo hace, volvemos a comprender por qué nos gusta tanto.