No todo está escrito
Marc Lawrence es un eficaz creador de comedias románticas que nunca escapan del todo a la fórmula, ni lo intentan. Hugh Grant, eternamente atribulado, es el vehículo ideal para llevar adelante las propuestas de Lawrence. Y Marisa Tomei es perfecta para todo lo que se proponga. La combinación da un producto que no puede fallar, y no falla. Exigir más es no estar dispuesto a jugar con las reglas del género.
Keith Michaels (Grant) tuvo su momento de gloria cuando gestó un guión perfecto para una película inolvidable, pero quince años después acumula fracasos personales y profesionales a la sombra de lo que alguna vez fue. Ya no puede ni pagar las cuentas y debe aceptar un empleo que le resulta indigno, ser docente en una universidad remota. Su irresponsable plan de trabajar en piloto automático se desvanece cuando empieza a involucrarse de manera genuina con su tarea y sus alumnos. La redención está servida.
No hay alerta de spoiler que valga cuando el determinismo del género hace que uno disfrute igual aunque se advierta claramente el final. Lo que importa, lo que no está escrito, es el cómo. Es en ese espacio reducido en donde Lawrence se siente más cómodo.