Marc Lawrence y Hugh Grant se han vuelto co-dependientes. El primero es un realizador con ahora cuatro películas en su haber, las cuales están encabezadas por el actor inglés, mientras que este prácticamente no protagonizó un film en casi una década que no haya sido del otro. Es una relación de trabajo que no siempre funciona –sorprende que hayan decidido volver a juntarse tras la pobre Did you Hear about the Morgans?-, pero que a fuerza de un buen guión, del carisma del protagonista y de una compañera de elenco acorde ha tenido resultados destacables, como en Music and Lyrics. En esta oportunidad, se repite bastante de aquel formato –el personaje central también fue parte de un éxito hace años pero ahora está casi quebrado-, se cambia la industria de la música por la del cine y se consigue The Rewrite.
Desde el primer minuto se entiende lo inspirado que estuvo Lawrence a la hora de escribir parte de su cuarto film, cargado de reflexiones agudas sobre el movie business, diálogos punzantes y de un ritmo intenso que no decae bajo ningún concepto. Hugh Grant canaliza el rol de adulto con síndrome de Peter Pan que tan bien le sale desde About a Boy, como un hombre distanciado de su familia, autor de un aclamado film y de muchos fracasos posteriores, cuya única alternativa laboral es un trabajo como profesor en una universidad en una pequeña ciudad sin el glamour de Hollywood. Lawrence hace una rápida y efectiva introducción a Binghamton –fotografiada en un tono azulado que resalta el efecto de derrota personal que tiene la mudanza-, mientras que su protagonista se desenvuelve con naturalidad con ese aire cínico y cansino pero irremediablemente encantador al que apeló desde la madurez.
En caso de que el título en español no sea lo suficientemente claro, The Rewrite se refiere a una reescritura de la vida, a una segunda oportunidad. En ocasiones pareciera que lo es también para su director, dado que es una película pequeña, de intenciones precisas y objetivos acotados, y que bien podría ser una ópera prima antes que una cuarta producción. Pero en verdad hace referencia al personaje central, quien tiene una nueva chance al explorar un costado totalmente desconocido para él, haciendo algo que cree que no se puede hacer: enseñar. O se nace con ello o no, es lo que cree Keith Michaels, un pensamiento bastante duro si se considera que nada más tiene una cosa digna de destacar en toda su filmografía y ni siquiera lo contratan para proyectos absurdos.
Durante buena parte, Lawrence hace un buen trabajo a la hora de tratar de sortear los principales clichés del género, a pesar de que a medida que progresa se vaya acomodando dentro de los tropos de una comedia romántica clásica. El filo de su guión la eleva sobre la media y las referencias constantes a la industria o al proceso de escritura se disfrutan mucho, con lo que no afecta demasiado el hecho de que se termine por instalar en terrenos conocidos. Uno de sus mayores problemas es, sin embargo, el cómo desaprovecha al importante equipo de figuras que tiene a su disposición, todos con personajes unidimensionales que tienden a repetir su gracia para arrancar alguna sonrisa al espectador.
J. K. Simmons es el director de la facultad, un marine retirado que solloza cada vez que habla de su familia, Allison Janney es la dura cabeza del Departamento de Ética, una portaestandarte del empoderamiento femenino y fanática de la obra de Jane Austen, Chris Elliot es el profesor vecino, amante de su perro y de Shakespeare que tiene siempre una cita lista para cada ocasión, ni hablar de todos los estudiantes en su clase. La mayor dificultad quizás sea con la Holly de Marisa Tomei -hermosa a sus 50 años-, apenas una excusa para ayudar al crecimiento de Grant pero que en sí no está bien trabajada, como una madre soltera de 2 niñas que tiene dos trabajos y lleva una carrera universitaria, como si algo así fuera fácil.
Sin suponer un aporte de importancia en su ámbito -como se ha dicho, el parecido con Music and Lyrics se acrecienta a medida que uno más lo piensa-, The Rewrite tiene suficiente a su favor como para hacerse notar. No carga las tintas sobre el aspecto emocional -lo cual no tiene demasiada cabida- ni pretende cerrar con un moño de felicidad imposible cada punto del argumento. Aspira a lograr un crecimiento de su personaje, no tanto en lo profesional -un terreno en el que está estancado- sino más bien a nivel personal. Y en su planteo funciona, sin necesidad de una inmediata reescritura.