Esa cosita loca llamada Hugh Grant
Con un papel hecho a su medida, el actor británico, en la piel de Keith Michaels, un guionista de Hollywood en plena decadencia, se ve obligado a apartarse de las luces de Los Ángeles para oficiar de profesor en una universidad de un pueblito en las afueras de Nueva York. Dando lugar a los chispazos clásicos entre bichos de ciudad glamouroso, quien no tiene interés por adaptarse al pueblo, con la gente local, quienes escena tras escena se le va colando entre sus huesos.
Como la sinopsis deja entrever, el film se encuentra en lugares comunes y clichés en cada secuencia, manteniendo la ecuación clásica del pasado exitoso, luego su declive para tocar fondo y hacia el final repuntar: conocer un nuevo amor y el reconciliamiento con su, hasta el momento, devastada vida. Pero la belleza de esta nueva entrega no pasa por cuan ingeniosas son sus vueltas de tuerca, sino por la sencillez. Tanto Grant como sus interés amoroso, Marisa Tomei (Lo que ellas quieren -2000- y Locos de ira -2003-, entre tantas), logran esa agradable simpleza pueblerina durante todo el transcurso y al final de cuentas termina rindiendo frutos.
Así como son destacables los papeles de la pareja central en la película, también funciona a la perfección cada clásico e incómodo gag de Chris Elliot (Loco por Mary -1998-), quien interpreta a un colega de Grant en la universidad. Sin embargo, la gran desilusión llega de la mano del actor de reparto del que tal vez más esperábamos, J. K. Simmons, el cínico profesor de Wiplash (2014), donde la producción no aprovecha en absoluto al calvo enojón y deja al espectador con sabor a poco en esta arista.