Un hombre de pantalón corto camina por el medio de la ruta, llevando un pececito en una bolsa de agua. Una mujer parece ir a su encuentro. Una joven gira desafiante sobre sí misma, otra de mirada abstraída se deja llevar por su compañero, una más, semidesnuda, coronada de flores, el rostro cubierto por una máscara, se mueve suavemente, un púgil lucha con su sparring, alguien le envuelve la cabeza y lo retiene como a un potro antes de soltarlo a la pelea. Un niño contempla y ordena decenas de naranjas, ahora las naranjas están al pie del hombre que fue ese niño. Una joven ensaya movimientos suaves envuelta en un dulce motivo de Saint-Saens, otra se encarama desesperada sobre sus compañeros, agitados por el Rito de Stravinsky. No es un documental esto que vemos. Es una exposición, hermosa, de pinturas en movimiento con un solo motivo: el alma de Oscar Araiz, interpretada por Paula de Luque.
Ella integró el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martin, hoy es cineasta. El fundó ese Ballet, allá en 1968. Su trayectoria es enorme, y sigue en actividad. En sobremesa, sus amigas desde tiempos juveniles hablan de él, pero escuchamos apenas lo justo. La danza no se explica. O acaso haya una explicación en lo poco que él dice, calmo y suave: “El juego solo se produce en el caos, un cuerpo frágil y un pensamiento feroz en estado de ebriedad”, “Salir de un sueño para continuar soñando”, “Yo veo a ese niño como alguien que hizo todo lo que pudo”. Frente a las cámaras, Renata Schusseim, María Julia Bertotto, Ana María Stekelman, Antonella Zanutto, Magalí Brey, Miguel A. Elias, Araiz, más bailarines. Detrás de cámaras, Leo Sujatovich, música, Rodolfo Pagliere, arte, Marcelo Iaccarino, fotografía, César Custodio, montaje, Marcelo Schapces, productor, Paula de Luque, artista.