La minuciosidad, el amor, la pasión y el detalle con el que Ada Frontini encara la propuesta de “Escuela de Sordos” (Argentina, 2013) excede el análisis de si estamos frente a un filme documental o a una docuficción profunda y sentida.
Alejandra, protagonista de la historia, es alguien que en la dedicación y el esfuerzo trabaja con jóvenes y niños sordomudos para intentar armarlos a que se relacionen con el entorno hostil. Ella es profesora de lenguaje de señas y reeducadora, pero sus alumnos saben que tiene algo que va más allá que la mera descripción y enseñanza, ella puede comprometerse hasta el punto de enseñarles cómo utilizar, por ejemplo, un teléfono móvil.
Alejandra recorre caminos de tierra y va de un lado al otro del pueblo llena de conocimiento y ganas de empujar e impulsar las vidas de aquellos que por cuestiones ajenas a su voluntad se encuentran con el impedimento de escuchar y poder expresarse correctamente.
Los debates nocturnos con su hermano, en el que un disparador como la viabilidad de un implante coclear o las diferencias entre las señas utilizadas en determinada provincia y localidad, enriquecen un relato estático y tradicional. Ada Frontini no destaca la puesta en escena, siempre el mismo encuadre, la misma luz, la misma dirección de la cámara, para mostrar la reiteración de algunas acciones por parte de la maestra en su cotidianeidad.
Alejandra sube a su viejo Citroën destartalado y va a la escuela, trabaja con alguno de los alumnos, se relaciona con ellos profundamente fuera de la misma, cena con su familia y debate sobre su profesión. Ama profundamente su actividad, sino no se creería la impronta con la que asume sus responsabilidades y la paciencia y el esfuerzo que en cada fotograma Frontini puede desplegar la vocación y la pasión de la docente.
Es interesante el juego que la directora realiza en varios momentos del filme de incorporarnos en la película hasta el punto de dejar de dialogar con palabras y colocar subtítulos para entender las señas y sólo exhibir charlas en las que las manos se apuran para formar frases y diálogos.
En ese punto del filme sabemos todo sobre Alejandra y sus alumnos y queremos conocer más, o sino ¿por qué nos quedamos con la duda final sobre el envío correcto o no de un mensaje de texto al celular de la maestra?.
Otro personaje quizás no llegaría tan directo como el de Alejandra y eso Frontini lo sabe y es la razón por la cual más que la Escuela (que brinda el nombre al filme) asistimos a una puesta en escena donde el recinto educativo queda en un segundo plano.
En las manos, en los gestos, en cada detalle de las largas y extenuantes clases de apoyo y enseñanza, y también en la resistencia de los alumnos es en donde “Escuela de Sordos” marca una diferencia sobre otras películas de la misma línea y temática. Entrañable.