Entre los muros
Los dos largometrajes de Celina Murga tenían una fuerte impronta documentalista y una gran empatía con los personajes, en su mayoría jóvenes, adolescentes y niños.
Ahora, la talentosa directora de Ana y los otros y Una semana solos incursiona de lleno en el documental, pero -más allá de la inevitable veta observacional del trabajo- lo estructura cual relato de ficción. En el cine contemporáneo, se sabe, las fronteras entre lo puramente ficcional y lo estrictamente documental se van evaporando, son cada vez más imprecisas, difusas y, en definitiva, menos importantes.
Escuela Normal tiene algún dejo autobiográfico (Murga es de Paraná y estudió en ese mismo colegio), pero está construida como la narración de un año lectivo en la secundaria de ese inmenso establecimiento que también tiene alumnos de jardín, de primaria y, por la noche, del ámbito universitario. En algunos momentos, remite casi inevitablemente a films recientes sobre el tema como Entre los muros, El estudiante o Ser y tener, pero aquí el eje no está puesto en los conflictos interraciales, las traiciones cruzadas o los dilemas de los docentes sino en la dinámica cotidiana, las pequeñas observaciones, la interacción tan caótica como fascinante de ese entramado social.
La película -construida tanto con vertiginosos planos-secuencia con cámara en mano por los interminables pasillos como con largos planos fijos en las aulas- regala una multiplicidad de viñetas (los debates en medio de las clases de Educación Cívica, Francés, Literatura o Historia, las tareas de mantenimiento, la organización burocrático-administrativa, los códigos de (in)disciplina, los actos con bandas musicales, las experiencias en radios y biblotecas, la música, la política y los romances) que nos permiten acercarnos a ese mundo con reglas propias.
Murga encuentra en la jefa de preceptoras (una mujer todorreno que se ocupa de mil y un detalles) a un personajes que resulta central en la "trama", mientras que ubica a la campaña electoral / votación / escrutinio del centro de estudiante como elemento de "suspenso". Además, consigue en la coda final (con las veteranas egresadas que se siguen reuniendo varias décadas más tarde) un desenlace acorde con el sentido (humanista, de pertenencia, de tradición) con el que quiere dotar al film.
Mientras esperamos su próximo largometraje de ficción, La tercera orilla, actualmente en pleno rodaje, resulta un placer reencontrarnos con el cine siempre estimulante e inteligente de Celina Murga.