La civilidad en las aulas
La realizadora de Ana y los otros y Una semana solos concurrió a la Escuela Normal de Paraná, Entre Ríos –la primera que fundó Sarmiento–, para aunar en un documental lo público y lo personal, la historia y el presente, la política y lo cotidiano.
“Ustedes, como críticos que son, como argentinos, ¿qué piensan de eso?”, pregunta la profesora de Historia de 5º o 6º año, en referencia al Preámbulo de la Constitución y, en particular, a la advocación a la “Justicia de Dios” que allí se hace. “A mí no me gusta que estén nombrando a Dios”, salta, como un resorte, una rubia brava, sentada en la última fila. “La Constitución nos incluye a todos, hay gente que no cree en Dios”, sigue. “¿Por qué me tengo que bancar que en la Constitución se diga que el país se va a formar con la ayuda de Dios?” Y se desencadena un debate.
La invocación al espíritu crítico, el estímulo de la docente a repensar los hechos o documentos históricos, y la libre, desprejuiciada y fundamentada respuesta de los alumnos (si no de todos, sí de unos cuantos) hacen pensar en una institución de funcionamiento modélico. La Escuela Normal de Paraná, Entre Ríos, es la primera que fundó Sarmiento, allá por 1871. A ese verdadero emblema histórico y educativo concurrió Celina Murga, realizadora de Ana y los otros y Una semana solos. En Escuela Normal, lo público y lo personal, la historia y el presente, la política y lo cotidiano se aúnan. Que Murga haya comenzado a pensar la película en tiempos del Bicentenario la lleva a poner el acento en lo que podría considerarse “la civilidad argentina”, manifestada en el microcosmos escolar. Microcosmos por el que, tratándose de una institución más que centenaria, pasa inevitablemente la Historia.
Guiada tal vez por el tipo de abordaje que el documentalista estadounidense Frederick Wiseman hizo sobre diversas instituciones a lo largo de su larguísima obra (instituciones sanitarias, legales, penales, y también educativas), Murga toma la Escuela (no la escuela en abstracto, sino esta concreta) como un todo. Muestra ámbitos de estudio y discusión, de sociabilidad, de romance, de ocio, de transición y también políticos. Es tiempo de renovación de autoridades en el Centro de Estudiantes y uno de los ejes de Escuela Normal pasa por la conformación de dos listas, las estrategias de campaña de cada una, las asambleas en las que ambas propuestas tienen ocasión de presentarse y, finalmente, el acto eleccionario. Civilidad en funcionamiento, mucho más educada que la de las campañas políticas nacionales, aunque con posibles coincidencias con el país “de afuera”. Una es la escasa diferenciación en las propuestas de ambas listas. Otra es que esas propuestas no se caracterizan por su riqueza, siendo de orden más administrativo que político: la concesión del comedor y cosas por el estilo. Civilidad en funcionamiento, sí. Pero daría la impresión de que con un uso bastante restringido de la política.
Con guión coescrito junto al también realizador Juan Villegas (Sábado, Los suicidas, Ocio), Murga conecta los diversos ámbitos mediante un personaje que se ocupa de todo. Jefa de preceptoras, Macacha se ocupa, en verdad, bastante menos de la disciplina (en el sentido autoritario de la palabra) que de todo lo demás. Desde lo más banal (probar una nueva marca de jabón líquido en los baños) hasta actividades algo más esenciales. Como andar averiguando, aula por aula, qué divisiones no tienen clase, por ausencia de los profesores. Son muchas: una luz amarilla o roja ahí, apuntada sobre un déficit importante de la educación pública argentina, el ausentismo docente. La amabilidad y enérgica disposición de Macacha, que Murga sigue a paso firme, en largos travellings a través de los pasillos, le sirve también para que comunicar esa dinámica a la película entera. Dinámica que completa el montaje de Juan Pablo Docampo, carente de tiempos muertos. Salvo los que la realizadora quiere puntuar: los momentos de ocio también están, por ser parte de la vida escolar.
Como los films previos de Celina Murga, Escuela Normal se caracteriza por un ritmo tenue pero sostenido, un continuo de picos dramáticos limados, una observación pudorosa, con protagonistas que, por más que no sean actores, no sienten la cámara como presencia intrusa. Una vez más, es como si esa cámara no existiera. Salvo en esos largos travellings por los pasillos, a los que se suma el plano secuencia de apertura, con un alumno llegando a la escuela e introduciendo así al espectador. Se nota allí la influencia de Martin Scorsese, con quien Murga se vinculó intensamente, tres o cuatro años atrás, durante un training de varios meses (hasta el punto de que el realizador de Hugo va a funcionar como consultor de su nuevo film de ficción, La tercera orilla; ver entrevista). Una reunión de ex alumnas más que octogenarias (una casi centenaria derrocha joie de vivre) es un broche perfecto, en tanto comunica en los hechos el flujo mismo de una historia común, con veteranas que parecen llevar la escuela Normal en el cuerpo, regalando a Escuela Normal un pico de emoción que la película jamás persigue con desesperación.