El futuro imperfecto
Resulta más que una obviedad decir que el interés de la directora argentina Celina Murga por los adolescentes o los niños es evidente desde sus primeros trabajos en lo que a largometraje se refiere. Ella tendrá sus explicaciones o justificaciones para adentrarse en ese pequeño universo, poblado por mentes en desarrollo, que a su vez reflejan el arrastre de ciertas cicatrices sociales que lejos de sanarse supuran y cada vez con mayor intensidad.
Al practicar un despojo de una mirada ingenua -o con cierto atisbo romántico- en el amplio sentido del término lo primero que se puede descubrir en Escuela Normal, opus documental y fronterizo con la ficción, es que el microclima de un Centro de Estudiantes del colegio Normal 5 de Paraná (colegio al que asistió Murga) funciona como reflejo distorsionado de la realidad política argentina: murmullo de consignas huecas y falta absoluta de propuestas con acciones concretas que hacen del juego de la política precisamente un juego que se debe ganar sin saber muy bien para qué.
El primer interrogante que lejos de responderse se acentúa es entonces para qué sirve un centro de estudiantes sino para canalizar o representar el interés común de alumnos, en vez de para poner en acción un pseudo proyecto no inclusivo y personalista. Hay muy poca enseñanza detrás de una experiencia de este calibre porque no alcanza con el debate de ideas cuando todo termina siendo exactamente igual.
La virtud de esta cercanía que logra la realizadora de Ana y los otros con una cámara que procura mantener una distancia dentro de ese caos es justamente multiplicar el atolladero de voces que no conducen a ningún lugar salvo la de los protagonistas de este film: una alumna que cuestiona las referencias a Dios en la Constitución Nacional y que adscribe al lema de su partido que se debe votar con responsabilidad -también es la que cuestiona a un docente la distribución proporcional en un acto comicial donde se reparten bancas-; la infatigable Machaca, quien recorre los pasillos del colegio, soluciona problemas y procura mantener un equilibrio entre alumnos y docentes ganándose cada centavo de su magro sueldo porque no dirige desde un escritorio. Y como contrapartida otra alumna que se da cuenta de que no está preparada para ejercer alguna responsabilidad porque ante la primera crítica recibida, desiste.
El film de Murga (responsable del guión junto a Juan Villegas) llega justo en un momento donde se habló a lo largo del año que se acaba de ir del voto a los 16 (ya aprobado en el Congreso) y donde la educación a nivel nacional experimenta su mayor decadencia, con deserción de alumnos que deben elegir si trabajan o estudian no por tener la posibilidad de hacerlo -claro está-, en ese sentido es elocuente el corto segmento en que Murga escudriña en la antesala de una reunión entre docentes donde la claridad del análisis y de los problemas de la educación aparecen sin discursos ni falsas estadísticas y acompañados de resignación cuando el Estado está ausente de las necesidades de la gente.
Ahora bien, en lo que al documental específicamente se refiere el único defecto surge en lo anecdótico y reiterativo que se vuelve este recorrido, dividido entre charlas triviales, clases, preparación para las elecciones estudiantiles y el escrutinio final, que si bien no pierde dinamismo en su conjunto tampoco descubre atajos o espacios novedosos más allá de un acotado mundo escolar. Se recomienda a los lectores interesados ver el documental La Educación Prohibida (Youtube lo tiene disponible) para así comparar realidades y ensanchar la mirada sobre un fenómeno complejo como el de la educación argentina.