¿Por qué me lo contás de esa manera?
Los cuentos de hadas ya no pueden contarse como se contaban antes. Eso no es ni malo ni bueno en sí mismo. Los relatos populares siempre han sufrido este tipo de variaciones históricas. Los dioses olímpicos vestidos como cortesanos en la pintura neoclásica son una prueba contundente. Sí, el límite es el ridículo, pero la alarma recién suena cuando ya se está del otro lado.
Espejito, espejito, esta nueva versión cinematográfica de Blancanieves, ha sufrido esa especie de actualización compulsiva y convulsiva que implica adaptar un argumento conocidísimo a las reglas de lo políticamente correcto. Al principio, cuando arranca la película, la cosa promete ser interesante, dado que la narradora es nada menos que la reina villana. Como el mal siempre resulta fascinante, ¿qué mejor que escucharlo exponer su propio punto de vista?
No es un detalle menor que la promesa salga de la boca de Julia Roberts. La actriz que durante 20 años fue la eterna novia de la comedia romántica, la divina, la encantadora, metida en la piel de una soberana maligna, envidiosa y tirana, potencia al personaje. En algún punto la fantasía y la vida real se cruzan, y de la intersección surge la certeza morbosa de que ella misma, la señora Roberts, se esta volviendo un poco grande y por eso tiene que aceptar resignada este tipo de papeles.
Todo esto no sumaría más qeu unos puntos adicionales a los valores estéticos y narrativos de Espejito Espejito, si la película cumpliera la promesa de presentarnos la visión de la reina mala. Pero no, lamentablemente, no, el cuento es distorsionado de múltiples formas, pero su estructura ósea central queda indemne.
Es verdad que Julia Roberts aparece muchos más minutos en pantalla de lo que correspondería si se respetara el original, en el que se limita a hablar con el espejo y a disfrazarse de pordiosera para darle la manzana a su hijastra. No obstante, ese tiempo extra no significa que su presencia consiga desviar el sentido de la historia en una dirección más beneficiosa para ella. Tampoco transformar a Blancanieves en una experta en esgrima capaz de defenderse por si sola implica un cambio de fondo, sino apenas una puesta al día en cuestiones de política de género.
Los puntos más altos son el diseño y el humor. El diseño parece levemente inspirado, dicho con buenos modales, en la imaginería de Alicia en el país de la maravillas, de Tim Burton: vestidos y peinados espectaculares, todo ambientado en un reino rococó, como un torta de cumpleaños excesivamente decorada.
El humor, en cambio, esta mejor calibrado. La fantasía del cuento de los hermanos Grimm se traduce a un vocabulario de comedia, y en esa traducción brillan algunos personajes secundarios, como Brighton, una especie de primer ministro mandadero de la reina y, sobre todo, el príncipe Alcott, que sufre desde una humillante paliza de los enanos, al principio, hasta un hechizo que lo convierte en perrito fiel, al final. Esa imagen distorsionada por la sátira es lo mejor que tiene para mostrar Espejito espejito.