“Blancanieves”, pero contado por la madrastra
La bruja de Hansel y Gretel, el ogro de Pulgarcito y el lobo de Caperucita Roja confirman que, aunque no tengan nombre, los grandes personajes de los cuentos de hadas no son los buenos, sino los malos. Lo mismo sucede en Blancanieves, con la clásica versión de Disney como prueba al canto. De allí que el comienzo de Espejito espejito, en el que la Reina lleva la voz cantante, resulta prometedor. ¿El cuento de los Grimm, narrado por la madrastra? Una idea interesante, sin duda. Pero demasiado audaz para Hollywood, por lo cual la cosa queda más en amague que en programa consecuente. Dirigida tanto a los niños como a los papás, Espejito espejito combina la relectura irónica, alla Shrek, con una puesta en escena que en sus mejores momentos luce un desenfado visual digno de los musicales de rompe y raja del cine de la India. Ninguna casualidad: el director, Tarsim Sengh, proviene de allí. Interesante, aunque no del todo consumada, es esta versión cuasibollywoodense de Blancanieves.
Un gran punto a favor es que el papel de la Reina se lo hayan dado a Julia Roberts. No sólo porque a los cuarenta y pico la mujer más que bonita sigue siendo dueña de un magnetismo que no cualquiera, sino porque ya había demostrado (en Confesiones de una mente peligrosa, en Charlie Wilson’s War) que está perfectamente en condiciones de ser no sólo la última superestrella, sino –junto con Glenn Close y Meryl Streep– una de las últimas supervillanas. Y para supervillanas, qué mejor que una capaz de asesinar a marido e hijastra, por poder y por envidia. Supervillana supercontemporánea, además. ¿O no se trata acaso de una cuarentona pretendiendo competir en belleza con una adolescente? Cuento de hadas post Shrek, esa condición queda bien clara con la serie de comentarios malignos (es la Reina quien los hace) que la voz narradora introduce en el relato con que la película se abre, a modo de “intervención” del texto de los Grimm. Grimm se llama también uno de los enanitos (gente pequeña, perdón), que acá no son duendecitos de lo más trabajadores sino asaltantes de caminos. “¡Esto es mucho mejor que trabajar en una mina!”, dice uno, después de alzarse con el botín real. Babeado por la protagonista, otro de los enanos parece deseoso de convertir Espejito espejito en aquella versión porno de Blancanieves que allá por los años ’70 devino afiche.
Con algunas muy buenas ideas visuales (una batalla naval con seres humanos como piezas, un baile de disfraces con disfraces de lo más ridículos, ciertos personajes que andan por el bosque con zancos, el propio bosque, blanquísimo de tanta nieve) y una simpática coreo de títulos como homenaje explícito a Bollywood, ¿qué es entonces lo que falla en Espejito espejito? Dos cosas: cierta caída de interés, allá por la zona media de la película, y una liviandad que conspira contra las intenciones de la Reina, que intenta hacer de este cuento de niños un verdadero cuento de hadas. En otras palabras, uno mórbido y siniestro.