Chris Rock es un humorista ambicioso. Su segunda película como guionista y realizador, Creo que amo a mi mujer (2007) está inspirada de El amor a la hora de la siesta (1972) de Eric Rohmer, y la siguiente, Top Five (2014), incursiona en el universo de Woody Allen de modo más competente que la última decena de films del propio Allen.
En su protagónico de la cuarta temporada de Fargo, se corrió de su zona de confort y demostró que tiene rango para el drama. Es lícito preguntarse, entonces, ¿qué hace al frente de la novena película de la franquicia de El juego del miedo? La respuesta es: “No mucho”. En un muy tardío intento de reinvención, Espiral invoca una poco convincente referencia a Black Lives Matter al hacer de la violencia policial la excusa para su intrincada y metódica tortura de personajes moralmente cuestionables, el gancho de la serie.
Acaso este insospechado interés por la justicia social del sociópata asesino que protagoniza la franquicia haya atraído a Rock, junto a la oportunidad de demostrar la versatilidad de una auténtica estrella. Esto último, sin embargo, no aparece. Si bien Rock puede hacer funcionar semidormido el único momento ingenioso del film (el monólogo sobre si Forrest Gump murió de sida o no), cuando debe enunciar seriamente líneas de calidad deficiente, su interpretación es muy fallida. La trama policial es todo esquemática y trillada que puede ser porque solo funciona como el sistema de soporte de las escenas de tortura que, tras ocho títulos similares, no traen sorpresa alguna.