LAS AVENTURAS DE CHRIS ROCK, DETECTIVE
Desde el lanzamiento de la primera parte en el 2004 y durante buena parte de la primera década del nuevo milenio, El juego del miedo fue una de las sagas de referencia dentro del género de terror, para bien y para mal. Principalmente para mal, porque, a pesar de sus méritos (no dejaba de ser un thriller con buenas dosis de suspenso y una vuelta de tuerca manejada con astucia), no solo sentó las bases para la porno-tortura, sino que, secuela tras secuela, fue enredándose sobre sí misma, perdiendo toda verosimilitud y capacidad de generar miedo, hasta llegar incluso al ridículo. El intento de revivir la franquicia en el 2017 con Jigsaw se reveló como totalmente fallido y ahora, con Espiral: el juego del miedo continúa, aparece Chris Rock buscando darle nuevos aires, aunque habría que preguntarse si en verdad no termina enterrándola aún más.
La propia presencia de Rock en el protagónico llamaba a la duda, ya que su figura se asocia principalmente con la comedia y está muy lejana al terror o el thriller. Y lo cierto es que se puede apreciar una consciencia de eso en el actor, a partir de cómo aborda su personaje, un detective que, a pesar de ser hijo del antiguo jefe del Departamento de Policía (Samuel L. Jackson), se ha convertido en un paria, luego de haber delatado a un colega que cometió un crimen. Su Zeke, particularmente en los primeros minutos, es un ácido comentarista de una realidad que solo parece inspirarle cinismo: transitando un divorcio, se desempeña en solitario en su profesión y solo por la orden de su capitana (Marisol Nichols) es que acepta trabajar con un novato (Max Minghella). Ambos deberán investigar el brutal homicidio de un compañero, que solo será el punto de partida: pronto se empezarán a acumular los cadáveres, todos de policías, mientras un asesino envía crípticos mensajes que lo vinculan con la serie de crímenes perpetrados por Jigsaw.
Pero si el humor negro funcionaba al comienzo de la película para disimular sus dificultades para sostener su trama policial, a medida que avanza el relato todo se va poniendo más serio, con comentarios sobre la corrupción policial incluidos. Así, Espiral: el juego del miedo continúa va perdiendo agilidad, pero también rigor, ya que se empiezan a notar todos los defectos: desde los cabos sueltos en el argumento hasta las sobreactuaciones -no solo de Rock, sino también de Jackson y los demás integrantes del elenco-, pasando por la violencia gratuita y algunas situaciones francamente inverosímiles. Las subtramas (que incluyen un tenso vínculo paterno-filial) se pisan entre sí, como si la película quisiera contar muchas cosas en algo más de una hora y media pero no supiera cómo, más allá de la intención de mostrar ambiciones narrativas. Y todos los personajes dicen sus líneas un tono por encima de la media, pero eso no alcanza para ocultar que cada diálogo fue dicho una multitud de veces en otros thrillers o policiales.
Cuando llegan los últimos minutos, Espiral: el juego del miedo continúa procura sorprender, pero arriba a esa instancia sin energía y se le notan los hilos sin mucho esfuerzo por parte del espectador. Además, se ve en la necesidad de remarcar varias veces las razones que impulsan al villano, lo cual, en vez de sumar, resta capacidad de conexión con el espectador. Para colmo, la vuelta de tuerca final es difícil de justificar y solo parece en función de reconstruir la franquicia. Eso no deja de ser un enigma a futuro, aunque lo cierto es que este spinoff no pasa de ser apenas un showcito de Rock pretendiendo ser un duro, pero poco creíble detective.