Furia ancestral.
Con un tono tan lúgubre como su título transcurre Espíritus Oscuros (Antlers), una película producida por Guillermo del Toro que se sitúa en una pequeña ciudad de Estados Unidos, lugar al que regresa Julia (Keri Russell) tras la muerte de su padre, para sanar algo de un pasado intenso atestado de abusos tanto físicos como psicológicos. En esta etapa de reparación espiritual, Julia convive con su hermano (Jesse Plemons) el sheriff del pueblo, y se dedica a dar clases en el colegio del lugar.
En este ámbito educativo conoce al pequeño Lucas (Jeremy T. Thomas), y de pronto se da cuenta que algo le sucede. Él es distante y callado, algo descuidado en su aspecto; un combo de situaciones que llevan a Julia a querer hablar con sus padres. Y aquí comienzan los problemas, en esa dificultad de poder establecer conexión con la familia, porque es evidente que el niño oculta algo… algo terrible y monstruoso.
Con un prólogo en una vieja mina, que no solo deja vislumbrar a qué se enfrentan los protagonistas de esta historia, sino también desnuda un contexto social árido, la película avanza hacia un universo fantástico que involucra a seres míticos del folclore propiamente dicho del lugar. La cinta logra generar un clima tenso, que es tenso más por la emocionalidad y el dolor de sus personajes, que por el terror como tópico mismo.
Personajes con psicologías bien delineadas, que se identifican en el sufrimiento. Personajes atrapados en un espiral de maltrato que parece no tener fin; que tienen el corazón lastimado. Por este motivo ya no importa tanto cuando se revela la apariencia del monstruo, porque el horror fantástico aquí es una gran excusa para mostrar otro tipo de horrores, los íntimos, los cotidianos y a su vez universales.