El director de Loco corazón (2009), La ley del más fuerte (2013), Pacto criminal (2015) y Hostiles (2017) incursiona por primera vez en el folk horror con esta historia acerca de una particular familia afectada por una maldición indígena luego de ingresar a una mina de carbón hoy abandonada y que en su momento supo ser el principal sustento económico del pueblo de Oregón donde transcurre la acción.
No toda la familia, en realidad, ya que el hijo menor, Lucas (Jeremy T. Thomas), logra mantenerse a salvo. El problema es que ha quedado solo al cuidado de su padre y hermano, a quienes mantiene encerrados en un cuarto de la casa por pedido del padre, que en sus últimos momentos de lucidez le pidió que, pase lo que pasare, no lo deje salir.
Lucas carga una valija de soledad y angustia que nadie parece notar, salvo su profesora Julia (Keri Russell), cuyo hermano (Jesse Plemons) no es otro que el sheriff del pueblo. Desde ya que cada uno arrastra sus propios traumas infantiles, los mismos que vuelven cuando empiezan a aparecer varios cadáveres en la zona.
Pero la película no pone tanto el foco en lo terrorífico –quienes esperan una sumatoria de sustos, que por favor pasen de largo– como en el dolor tanto de Lucas como de su familia. Son criaturas monstruosas que sufren y padecen una maldición a conciencia. No por nada el productor es Guillermo del Toro, todo un especialista en dotar de carnadura a sus “monstruos”. Cooper intenta continuar esa línea, aunque con resultados dispares: hay una impronta gélida en su aproximación a lo que narra que termina confabulando contra el torrente de emotividad que circula por el interior de la película.