Mar del Plata 2020. Hubo un film que –tal vez inesperadamente– fue cosechando comentarios entusiastas en redes sociales y terminó ganando el Premio a Mejor Dirección de la Competencia Argentina: Esquirlas, de la cordobesa Natalia Garayalde. Cierta agitación provoca ver este documental que recuerda el estallido de la Fábrica Militar de Río Tercero (pcia. de Córdoba) en noviembre de 1995, el cual, además de provocar siete muertos y centenares de heridos, desnudó oscuros intereses en juego, políticos y empresariales. Recuperando material audiovisual registrado siendo niña, al que suma breves reflexiones en off, Garayalde logra un modesto pero potente ejercicio sobre la memoria y el dolor colándose entre las mezquindades que campearon en los ’90. Si al comienzo asoman inocentes estampas familiares y marcas reconocibles de la época (Cablín, MTV, la pasión por el VHS, una inefable noticia al pasar sobre Zulemita Menem), tras las estremecedoras imágenes de las explosiones y el posterior desastre Esquirlas va adoptando una visión crítica y lúcida sobre ese “lamentable accidente”, tal como lo define en un momento un sonriente y atildado Carlos Menem. El film va entonces de un juego infantil remedando un noticiero hasta significativas declaraciones de los pobladores a auténticos periodistas. “¿Qué poder tiene la gente para tomar decisiones ante tanta acumulación de poder económico?” es un interrogante que formula el padre de la directora y que resuena, una y otra vez, mientras algunas personas se enferman sospechosamente y los juicios no prosperan. El segmento reservado por Garayalde para el desenlace es, indudablemente, uno de sus grandes aciertos. Como Adiós a la memoria y Retiros (in) voluntarios, de Sandra Gugliotta –que tuvo su estreno fuera de competencia y sobre la que escribimos aquí–, Esquirlas es también un film sobre la figura paterna y la fragilidad de la sociedad civil ante los poderes económicos, no sólo en Argentina.