Antes de que comenzara la primera proyección de Essential killing (Asesinato esencial) en el festival de Mar del Plata, uno de los programadores subió al escenario para presentarla y anunciar que su director, el polaco Jerzy Skolimowski, daría una conferencia de prensa al finalizar el film. El presentador también dijo algo así como que estábamos a punto de ver una obra que “no pretende ser una película política”, intención que luego reforzó el mismo realizador en su exposición, indicando que sólo quiso contar la historia de un hombre desesperado que debe convertirse en animal para sobrevivir. Esta insistencia en el supuesto carácter apolítico de Essential killing resulta inverosímil y sólo puede comprenderse desde una voluntad sardónica, la misma que sacude la película y nos baña con esquirlas desorbitadas, relegándonos al páramo del desconcierto. Porque la mera posibilidad de la supervivencia ya es una cuestión política, y el director sabe que no puede convencernos de lo contrario. Por eso sólo resta pensar que lo que la película propone es una excursión por el absurdo. Un absurdo al que le faltó radicalidad.
El film abre con soberbios travellings que barren las montañas de un desierto. Un hombre apunta su bazuca y despedaza a un par de soldados yanquis. Es una secuencia impresionante. Un habitante de las cavernas con un arma moderna que vuela en pedacitos a los otros. Enseguida lo atrapan, lo torturan, lo humillan. Un día deben trasladarlo junto con otros detenidos a otra dependencia militar, lejos de los médanos y más cerca del frío. Entonces ocurre un accidente y el hombre se escapa, totalmente desprotegido en medio de un paisaje helado. El núcleo del film es el relato de esa huida.
¿Dónde está el personaje exactamente? Este enigma impone un aura de abstracción a la película, lo que se potencia con la decisión de enmudecer a Vincent Gallo y dejar que sea pura reacción física. El hombre tiene aspecto de musulmán y a la vez tiene un aire a Jesús, aunque también podría ser un norteamericano devenido talibán (atractiva hipótesis que circuló en algunas reseñas del film). Cuando todo amenaza con limitarse a la aventura de un Rambo post 9/11, la narración introduce desvíos que perforan el realismo, y a partir de determinado momento se sugieren posibles alucinaciones, como esos perros que le ladran al fugitivo pero no lo delatan (¿?), o esa madre nutritiva que se le cruza en plena nada. Pero hay algo todavía más extraño que se filtra en el relato desde que el protagonista es capturado: esos seudo flash-backs que lo muestran en otra vida, flotando entre rituales y esbozos de una mujer, con imágenes chillonas y una voz densa que reitera: “Todo sea por Alá”.
Y no. Está claro que Alá no lo va a salvar. La fe religiosa queda explícitamente ridiculizada. De hecho, Skolimowski parece afirmar que no hay nada que pueda rescatar al sujeto si el mundo sigue girando en función de las guerras y los fundamentalismos. Mientras el hombre no supere este estadio tan esencialmente primitivo, la más elemental discusión política carecerá de cauce. Essential killing es una fábula nihilista que no termina de redondear sus motivaciones, como si no quisiera abandonar su refugio de “película seria” para lanzarse a un absurdo realmente desafiante.
Skolimowski mencionó a Quentin Tarantino en la conferencia posterior a la proyección. Dicen que hay "pica" entre ellos desde que Essential killing compitió en el festival de Venecia, donde Taratino fue presidente del jurado que le otorgó el premio principal al nuevo film de Sofia Coppola, Somewhere, decisión polémica ya que ella fue pareja del director de Kill Bill. El polaco finalmente se vio compensado en Mar del Plata y se llevó el Astor de Oro. Pero no puedo dejar de imaginar qué delirante festín nos habría regalado Tarantino con la historia del talibán en fuga.