Tomando como base un artículo publicado en la revista New York, sobre un grupo de strippers que se organizó para estafar a sus clientes, esta película, tan divertida como emotiva, encuentra su mejor arma en la descripción de la amistad femenina entre sus protagonistas. Una chica de ascendencia asiática (Constance Wu) que consigue trabajo en un club para varones adinerados, esos dispuestos a pasar la noche bebiendo champán mientras lanza billetes a la ropa interior de chicas que se contornean a centímetros de su entrepierna. Baile en el caño y erotismo a puerta cerrada para clientes vip forman parte de la rutina que a ellas les permite pagar el alquiler, mantener a sus hijos y darse una buena vida. Desde su cruce entre comedia y thriller, Estafadoras no se despega nunca de su anclaje en la realidad, por cierto difícil para estas mujeres que quieren salir adelante por las suyas y que, invariablemente, provienen de orígenes duros y conflictivos. Brilla ahí Ramona, una Jennifer Lopez en estado de gracia, como la experimentada líder, la mujer que bajo una apariencia apabullante guarda a una amiga entrañable, y orgullosa de sus curvas. El barrio y el glamour aspiracional, el dinero de Wall Street y la necesidad, la mirada de una periodista bienintencionada y fina frente a la de estas trabajadoras, el empoderamiento en un mundo de hombres tramposos, son algunas dicotomías que la película encara con inteligencia y honestidad, sin echar mano de acentos ni bajadas de línea, feministas o sociales. Es que todo está ahí, expuesto como en la vida, con un realismo que también se da la mano con el tono de comedia fraternal entre mujeres que eligen explotar su belleza femenina. Menos liviana de lo que parece, siempre graciosa, Hustlers parece liberarse de los compromisos de la corrección política, para mirar a sus criaturas (hombres incluidos) con la misma libertad con la que ellas reclaman, intentan, escribir sus propias vidas.