Estafadoras de Wall Street

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

BUENAS MUCHACHAS

Desde antes de su estreno, Estafadoras de Wall Street venía haciendo mucho ruido, con rumores de posible nominación al Oscar para Jennifer Lopez y lecturas feministas superficiales incluidos. Todo eso no hacía más que generar desconfianza desde el diseño previo de la película como evento, pero el film de Lorene Scafaria sorprende eludiendo unos cuantos prejuicios y facilismos. Eso lo logra a partir de un par de decisiones relevantes a la hora de abordar la historia de un grupo de strippers que, en los años posteriores a la crisis financiera del 2008, montaron un esquema de estafas destinado a aprovecharse de los agentes de bolsa de Wall Street.

La primera decisión que coloca a Estafadoras de Wall Street en un lugar distinto al pensado inicialmente empieza a quedar clara ya desde el mismo arranque, donde un plano secuencia sigue de manera casi obsesiva a Destiny (Constance Wu) y su recorrido por el club nocturno donde trabaja. Desde ahí –y un montaje por momentos frenético en su ritmo-, Scafaria se aferra a una puesta en escena donde el espíritu del cine de Martin Scorsese anda siempre rondando. Pero no solo eso: la estructura narrativa de la película –un típico relato de ascenso y caída- promueve también un retrato de un submundo que está a la vista y a la vez oculto, donde las líneas que separan lo legal y lo ilegal se van borrando rápidamente, y los personajes (principalmente las protagonistas) actúan con un nivel de impunidad casi infantil. En buena medida lo que vemos es una especie de reversión de Buenos muchachos o Casino pasado por un filtro femenino cuasi comunitario que no deja de retroalimentarse con la construcción objetual que parte de la mirada masculina.

Es que la bajada de línea sobre una clase trabajadora vengándose de los tiburones de Wall Street es innegable y a la vez tan obvia que la película apenas si necesita mencionarla a partir de un par de frases que suelta Ramona, la experimentada stripper que encarna Lopez, quien impulsa a Destiny a meterse en su particular emprendimiento criminal. En lo que refiere a la interpretación vinculada a cuestiones de género (lo cual no es necesariamente feminista), requiere de un razonamiento un poco más complejo, porque las mujeres usan sus cuerpos para reventarles las tarjetas a tipos poderosos y ricos, cumpliendo con los mandatos masculinos y a la vez poniéndolos en crisis. Son mujeres que ansían cierta autonomía pero no la consiguen del todo –al fin y al cabo, siempre dependen de los encantos de sus cuerpos- pero a la vez con la astucia suficiente para usar la visión objetual que tienen los hombres sobre ellas a su favor. En Estafadoras de Wall Street lo objetual no implica algo inevitablemente pasivo, aunque la construcción de los cuerpos como mercancías atraviesa todos los planos: eso se puede ver, por ejemplo, en la secuencia que presenta a Ramona exhibiendo su figura frente a un conjunto de hombres hambrientos que no paran de arrojarle billetes.

Donde el film es más directo y a la vez potente es desde su segunda gran decisión, que es la de privilegiar la historia de amistad entre Destiny y Ramona, marcada por la empatía casi instantánea, la lealtad, los desengaños, la decepción y las necesidades afectivas. Hay también una tensión sexual que no llega a estallar, pero que tanto Wu como Lopez manejan con sutileza e inteligencia en sus interpretaciones. Ambas están realmente muy bien y son el motor que empuja adelante a Estafadoras de Wall Street, incluso en los pasajes donde cae en un moralismo algo banal. Lo que se impone es el amor entre ellas y allí está la mayor carga de feminidad de la película.