Antes de su estreno de esta semana, una de las últimas películas en la que participó Robert De Niro fue What Just Happened?, una comedia de bajo presupuesto y esplendor que tuvo poca repercusión. Algo similar a esa pregunta que intitula tal trabajo comienza a rondar en la cabeza tras ver Están Todos Bien, el último filme protagonizado por el ex actor fetiche de Martin Scorsese. ¿Qué pasó con Taxi Driver? ¿Dónde quedó el Toro Salvaje? ¿Se esfumó la sabiduría para elegir que tenía el protagonista de Érase Una Vez en América? Es imposible entender la razón por la cual el actor que supo darnos clásicos durantes dos décadas haya comenzado a repetirse a si mismo y escoger proyectos mediocres.
Frank Goode es un sexagenario que, ocho meses después de la muerte de su esposa, decide organizar una cena con sus cuatro hijos. Todos viven en diferentes lugares de Estados Unidos y, por una razón u otra, tienen que cancelar el viaje a su casa natal. El padre, contra las indicaciones de su doctor (quien lo controla por sus problemas respiratorios), emprende un viaje a cada uno de los hogares para visitarlos sorpresivamente. En cada escala, se dará cuenta que la vida de ellos dista bastante de ser perfectas por problemas maritales, económicos o de salud. A todo eso, el cuarto hijo, un artista, está desaparecido y sus hermanos intentan localizarlo sin contarle las malas noticias a su progenitor.
La historia es buena, pero está muy mal hecha en variados sentidos.
La dirección es desacertada constantemente. Las tomas elegidas son dignas de un programa de televisión. Se intercalan planos picados y medios sin discriminación y, para mostrar las llamadas que se hacen los hijos, se enfocan los cables de las antenas telefónicas (el personaje de De Niro trabajó toda su vida en una fábrica que crea el PVC con el que estos conductores son recubiertos), logrando un mecanismo fallido. La edición, que podría haber ayudado a limpiar algunos defectos, empeora aún más la situación.
En cuanto al guión, escrito por el también cineasta del filme Kirk Jones, está pobremente estructurado. Lo que pretende ser un rompecabezas para descifrar qué pasó con el hijo perdido, termina siendo una serie de diálogos que reiteran la nulidad de información. Todos los datos se dan en avalancha en una escena y aún así quedan cabos sueltos.
Algunas ideas son originales, como el uso de niños actores sustituyendo a los actores que interpretan a los hijos ya maduros. Si bien, por un lado, representan los recuerdos que su padre tiene de la crianza, recurso ya visto anteriormente, también participan de reveladores momentos adultos.
De Niro deja sus habituales roles de policía y hombre duro para interpretar a un ex jefe de familia, una versión mucho más gentil que la de La Familia de Mi Novia. El papel le sienta bien y lo realiza con naturalidad. Tras equivocadas colaboraciones en Los Fockers, Mente Siniestra, El Enviado, Analízate y Showtime, uno de los intérpretes más aclamados en la historia del cine parece haber perdido la brújula dando el visto bueno a iniciativas que están por debajo de su nivel de calidad.
Lo acompañan Drew Barrymore en un rol relativamente menor, Kate Beckinsale y Sam Rockwell, un gran talento del que será usual escuchar en los próximos años. Hay un simpático cameo de Melissa Leo.
Este potente drama, que hará llorar a varios espectadores, no es una historia para tirar a la basura. Su nudo se centra en las mentiras que decimos a los que queremos para no lastimarlos y las cosas que este viudo empieza a ver y conocer de sus hijos cuando fallece su compañera de vida. Un cuento que podría haber sido placentero, si no estuviese mal escrito y construido.