Una para llorar
El filme con Robert De Niro es una trama familiar que presiona puntos sensibles del espectador.
Hay bastantes similitudes entre dos de los estrenos "grandes" de esta semana: Un sueño posible y Todos están bien. Ambas son películas dispuestas para el lucimiento de sus protagonistas (Sandra Bullock en aquella; Robert De Niro en esta); ambas tienen una estética tradicional y ambas, digamos, huelen a rancio, a convencional.
Las diferencias básicas entre ambas son dos: esta está basada en una película previamente realizada (la homónima de Giuseppe Tornatore) y el elenco está compuesto por importantes figuras: Drew Barrymore, Kate Beckinsale, Sam Rockwell y, claro, De Niro, personificando el rol que Marcello Mastroianni tenía en aquella película.
Pero las adaptaciones no son particularmente sencillas. Aquí no sólo se trata de convencernos que un norteamericano va a recorrer todo el país en trenes y micros, sino básicamente una cuestión de diferencias de relaciones entre familias italianas y norteamericanas.
Pocos meses después de la muerte de su mujer, Frank (De Niro) quiere reunir en su casa a sus cuatro hijos, pero todos le cancelan a último momento. Por su salud algo delicada, decide viajar por Tierra e ir sorprendiendo a sus hijos, con los que no tiene demasiada comunicación.
Su viaje no será fácil, ya que ninguno de sus cuatro hijos vive de la forma que él supone, y su inesperada llegada los hará inventarse realidades (u ocultarlas) para dejarlo ir tranquilo en la ignorancia de que "están todos bien" cuando tal vez no sea tan así.
El drama sigue, en líneas generales, la trama del original italiano, con Frank visitando a sus hijos y todos ellos tratando de sacárselo de encima lo más rápido posible. Amy es una ejecutiva publicitaria que trata de mantener las apariencias cuando se nota que hay algo que no funciona del todo bien; Robert (Sam Rockwell) le ha dicho siempre que era un conductor de orquesta cuando en realidad es otra cosa; Rosie (Drew Barrymore) trabaja en Las Vegas, pero no de la manera en la que su padre cree. Y David. bueno, David no aparece por ningún lado.
El problema de un filme como Están todos bien no está tanto en las genuinas emociones que quiere expresar -todas ligadas a las difíciles relaciones entre padres e hijos, especialmente cuando no se ven a menudo-, si no en la forma en la que están expresadas, con escenas desprovistas de imaginación.
Algo en el filme que recuerda a Las confesiones del Sr. Schmidt, con otro actor mítico recorriendo el país, su familia y su pasado. Pero aquel filme con Jack Nicholson tenía un gran ingenio para crear situaciones y personajes. Aquí, De Niro parece tener menos espacio para maniobrar, cuando su actuación podría funcionar casi como una suerte de "arrepentimiento" o "pedido de disculpas" cinematográfico por tantos personajes agresivos y duros que supo componer. Pero eso no está ahí: la película no hace eco en la carrera de De Niro. Es sólo su rostro, un par de sus muecas, contenidas esta vez.
Es inevitable no pensar en esta película y recordar cierta publicidad que se ve actualmente por TV en la que una espectadora llora mientras se escucha la voz de un crítico usando términos similares a los de este texto para una película que ella está viendo. Están todos bien hará llorar a cualquier padre con difíciles relaciones con sus hijos (y viceversa) y sobre el final será imposible no sacar pañuelos y pensar en la propia situación familiar de cada espectador. Lo cual no quiere decir que sea una buena película: es una que presiona los puntos sensibles del espectador hasta conseguir lo que quiere. Y las lágrimas conseguidas casi nunca se sienten merecidas.