Digno homenaje al recientemente extinto canal paradigmático del cine lacrimógeno Hallmark Channel, Están todos bien es un tibio melodrama basado en la italiana Stanno tutti bene, de Giuseppe “Cinema Paradiso” Tornatore. En este caso, el opus tres de Kirk Jones sigue el derrotero de un padre que recorre gran parte del territorio norteamericano para reencontrarse con cada uno de sus tres hijos. “Si ellos no vienen a mí, yo iré a ellos”, asegura Frank tras un plantón dominguero, bistec asado incluido, mientras busca soslayar la soledad de su novel viudez dedicándose con minucia y extremo detalle a los quehaceres domésticos que por años delegó en la madre de sus hijos. Y allí ira él en este viaje motorizado por la culpa abandónica de sus años laborales al servicio de la empresa eléctrica que hoy corroe su alma. De premisa edulcorada y trama predecible, el principal defecto de Están todos bien radica en la oralidad excesiva de los personajes, que hablan tanto o más de lo que sienten gracias a la impericia de Jones a la hora de imponer el lenguaje cinematográfico por sobre el oral, incapacidad llevada al paroxismo en la utilización cíclica de los diálogos de Frank con sus hijos, a quien él imagina menores y se corporizan ante la lente como tales. La primera vez, en medio de los preparativos para el fracasado encuentro, el recurso funciona ya que transmite la sensación de abandono que él siente en la casa otrora familiar La segunda, apenas un plano de algunos segundos cuando la visita a la primogénita está llegando a su fin, causa indiferencia. De la tercera en adelante, irrita y enoja. Hay que buscar en los nombres que encabezan el casting para encontrar las razones del estreno comercial de esta película. Sin Robert de Niro ni Drew Barrymore, Están todos bien tendría un inexorable destino a DVD.