El modo en que el guionista y director Kirk Jones ha encarado esta remake del film de Giuseppe Tornatore, habla de la distancia que hay entre el cine americano y el italiano. La remake es una adaptación literal de la original, con algunos ligeros cambios en la historia (en esta son cuatro los hijos, en vez de cinco, y cambia la profesión del protagonista y de sus hijos, excepto por el hijo que forma parte de una orquesta). Muchos detalles se mantienen, como el secreto que le esconden al padre, la escena del robo, uno de los momentos más dolorosos de ambas películas, y la idea de que el padre ve a sus hijos siempre como niños, lo cual lleva a que, por momentos, la puesta en escena imite a la original. Y algunos aspectos se han aggiornado para la ocasión. Ejemplo de esto último es el secreto que esconde una de las hijas, hoy a un padre conservador y que vive de lo que ha proyectado en sus hijos, le sorprendería menos que su hija sea madre soltera, a que sea madre soltera y además lesbiana.
Lo que distingue a una de otra es el tono. Jones aborda el drama de este padre de la misma forma que Tornatore, acentuando el dramatismo en las mismas escenas. Pero lo que hace para despegarse de ella es removerle todo atisbo de italianidad. De esa manera, mientras la original apelaba al fanatismo del protagonista por la ópera, en esta no hay ningún aspecto concreto que identifique al protagonista, fuera de su condición de padre ausente. Jones convierte a esta remake en una película netamente americana, no sólo por las ciudades que recorre el padre en busca de sus hijos, sino por la ausencia de toda estridencia. Esta decisión es absolutamente lógica, pero al trasladar la historia central sin apelar a las referencias italianas de la original, se pierde lo que volvía a Stanno tutti bene un film bello, singular y enormemente poético. Escenas como la de la bandada de pájaros, o aquella en la que Matteo ve a un director de orquesta (ni más ni menos que Ennio Morricone, autor de la inolvidable música de la película) ensayando “La Traviata” de Verdi, desaparecen en la remake, y el problema principal no es que se hayan perdido en la adaptación, sino que Jones traslada la historia a Estados Unidos sin dotarla de poesía propia, quedándose apenas con el drama principal, narrándolo con un tono mucho más seco para que pueda encajar en los cánones americanos.
Por otro lado, algunas decisiones que se han tomado en la adaptación han sido bastante desacertadas. La escena del robo, muy dolorosa en la original ya que el delincuente le pisa la cámara y el rollo con el que protagonista estuvo sacando las fotos de su recorrida, se repite en una escena por demás humillante. Allí el delincuente no le pisa la cámara sino su frasco con medicamentos, un dato que vuelve más lógico el infarto posterior del protagonista, y lo que vemos en respuesta no es a un hombre defendiéndose a golpes del horrible acto, como en la original, sino a éste agacharse e intentar juntar el polvo de sus pastillas. Lo que parece un cambio menor, en realidad establece una diferencia entre el dramatismo de la original y el brutal golpe bajo de la remake. Incluso otras escenas que se mantienen de la original, como el sueño en el que los niños le confiesan la verdad de sus respectivas vidas al padre, se ven mucho más forzadas en la adaptación (tampoco ayuda, en ese sentido, que la remake apela a una fotografía mucho más clara que la original).
Se sabe que la empresa que ha encarado Kirk Jones con esta adaptación es tan loable como dificultosa. No por la complejidad de trasladar la historia en sí, sino por el apelar al espíritu de una película tan afín al sentimentalismo de Tornatore como deudora del mejor Fellini (la pluma de Tonino Guerra, guionista habitual de Fellini y de Antonioni, se hace evidente en la original). El acto de adaptar no significa circunscribirse al conflicto y a los personajes principales, cambiando detalles y escenarios. Adaptar también implica hacerle honor a la esencia poética de un relato. Mientras que Jones sale airoso de lo primero (convengamos en que el drama principal no representa un gran desafío a la hora de la adaptación), lo segundo brilla por su ausencia. Sin duda, lo mejor de esta remake es la partipación de Robert De Niro. Sólo alguien de su talla puede encarar con honores el protagonismo que en la original recayó en el gran Marcello Mastroianni, y afortunadamente, aquí De Niro se despega de algunos de sus últimos y olvidables papeles. Lamentablemente, la excelencia de De Niro y la curiosidad que implica el acto mismo de adaptar esta película no alcanzan para una remake que sólo brilla al hacernos recordar la existencia del film de Tornatore, de un gran actor como De Niro, y la huella inolvidable que ha dejado Marcello Mastroianni, otro rostro imborrable de la historia del cine.