Frank Goode -De Niro- es un jubilado que ha quedado viudo y, al mejor estilo de los ancianos estadounidenses, que no tienen que preocuparse por su pensión ni por su obra social, tiene mucho tiempo libre. Se la pasa cuidando el jardín y rememorando el tiempo en que trabajaba como recubridor de cables de alta tensión (sí, fabricaba los plásticos que protegen a los cables).
Decide que es momento de cumplirle la promesa a su fallecida esposa y juntar a la familia. Tiene 4 hijos desperdigados por Estados Unidos y arregla un encuentro con todos en su casa. Pero, de a uno, se van bajando de la convocatoria. Así es que Frank decide ir y pegarle una visita a cada uno.
Es necesario tener en cuenta que los hijos, ya adultos, nunca han tenido una buena relación con su Frank. Él ha sido un padre duro y exigente respecto del futuro de sus críos, quienes toda la vida optaron por hablar de sus vidas con su madre.
Ahora bien, no sólo esta situación incomoda la visita de Frank, sino que también uno de sus hijos, David, está detenido en México por problemas de drogas, y el resto no quiere que su padre se entere. Así, cada vez que llega de visita, ya en Chicago, Denver o Las Vegas, los hijos hacen lo posible por sacárselo de encima.
A pesar de que uno puede creer, por el afiche, que se trata de una comedia, en realidad nada más lejos: es un drama familiar, que gira sobre dos ejes. El primero, la relación entre padres e hijos respecto de la presión impartida por los adultos a los niños; y la segunda, la difícil decisión de mentirle a un ser querido para evitar un disgusto mayor.
La verdad, es una película que me resultó mejor de lo que esperaba.
Igualmente, insisto con lo mencionado al principio: ¡Queremos al viejo De Niro!