Viaje al reality catástrofe lleno de estrellas
Lo mejor de la película que reúne a varios figurones de Hollywood haciendo de sí mismos (es un decir) es que cualquier cosa puede suceder. Lo peor, que a veces lo que sucede es genial y a veces una absoluta tontería. Pero el entretenimiento está garantizado.
Autoanálisis crítico y/o indulgente, metalingüística de la Nueva Comedia Estadounidense, ecología de Hollywood, broma endogámica llevada a niveles de superproducción fantástica, ética del grupo de amigotes celebrada o denunciada, homoerotismo rampante (¿en forma de acto fallido o de deseo asumido?), ficción falsamente documentalista o documentalismo disimulado detrás de una ficción delirante... Si algo está claro, es que Este es el fin no es una película transparente, unívoca, de sencilla interpretación. En su debut como codirectores, Evan Goldberg y Seth Rogen (que escribieron juntos los guiones de Supercool, Pineapple Express y, sí, cof cof, El avispón verde) juntan a sus amigos famosos para hacer de sí mismos, pasando como los tipos más cool, los pelotudos más grandes del mundo o ambas cosas a la vez. Todo ello, en el marco de una ficción apocalíptica que empieza con fiesta, faso y fife y termina con una batalla entre el bien y el mal en la que el mismísimo Satán posee gente, en sentido psíquico y sexual. Ejem.
Aunque el título cite a The Doors, no vienen tanto del rock las referencias que abundan como plétora en Este es el fin, sino, claro, del cine, consecuencia obvia del hecho de transcurrir entera y explícitamente en el mundo del cine. “Es un barrio recool, en la otra cuadra vive Channing Tatum”, le dice Seth Rogen, que hace de Seth Rogen, a su amigo Jay Baruchel, que hace de Jay Baruchel, cuando llegan al porche de la imponente nueva casa de James Franco. Es la fiesta de inauguración y adentro hay centenares de invitados. No todos precisamente desconocidos. Michael Cera, el chico tímido y siempre contenido de Supercool y Arrested Development, está totalmente sacado, soplándole merca en la cara a quien se le cruce, tocándole el culo a Rihanna y haciéndose practicar una fellatio de a dos en el baño. Jonah Hill, ex gordito de Supercool, ganador del Oscar por El juego de la fortuna, no para de decir que Baruchel es un amor, y James Franco (con cuya sexualidad el periodismo amarillo se ha hecho una panzada) le muestra a Seth Rogen el bajorrelieve que hizo esculpir en una pared, con el nombre de ambos, uno pegado al otro.
En ese marco de festicholeo, de pronto el cielo se pone color azafrán, la tierra se parte, vientos huracanados arrastran a todo el mundo como hojas, la gente se estrella contra las paredes o cae al centro de la tierra, un helicóptero se hace pelota contra la casa y Michael Cera sufre un glorioso incidente mientras lamenta la pérdida de su celu. Un gigantesco WTF?, que hace pasar la película, a velocidad warp, de una especie de falso reality autocelebratorio a una suma de La guerra de los mundos, Crack of the World, Señales y alguna de esas películas de Robert Rodríguez donde uno se aterra y ríe al mismo tiempo. En términos estrictamente cinematográficos, esa fase es por lejos lo más logrado de Este es el fin. La megadestrucción desaforada toma al espectador a contrapierna, está narrada con las dosis de desesperación y locura requeridas y el departamento de efectos especiales cumple su función tan bien como podría hacerlo en una de Spielberg o de Roland Emmerich.
Lo que viene, no tan logrado, es un poco de vuelta al falso reality (pero ahora es Los Osbourne, en lugar de El show de las hermanas Kardashian), con algo de Scooby Doo, un largo tramo de un especial de Scary Movie dedicado a El exorcista y un final que parece la versión fumona de El cielo puede esperar. La película es tan, pero tan irregular, que después de repetir cuatro veces en 30 segundos el mismo chiste sobre la escultura de un pene gigante que James Franco tiene en el living, viene Emma Watson y, hacha en mano, amenaza a la media docena de machos protagónicos (que se la pasan haciendo chistes o toreándose con pis, caca, semen y pitos), para luego cortar de un hachazo el pene gigante en dos.
Como símbolo es tan elemental que deja chiquito al gigantesco falo blanco de El lado oscuro del corazón, y si con esa sola escena quieren compensar los litros de sudor de vestuario del resto de la película, no lo lograrán. De hecho, después del corte Emma Watson se va por el mismo lugar por donde entró, un par de escenas atrás, y todo vuelve a ser Macholandia al ataque. Sin embargo, la escenita revela algo que Este es el fin, por su complacencia con el clima de jolgorio varonil, no parece ser: una película sumamente autoconsciente. Los protagonistas –algunos de ellos tan habituados a jugar el papel de Winner como Mr. Franco– se comportan como mariquitas asustadas frente a la catástrofe, se acuestan todos juntitos y apretaditos la primera noche, se hacen chistes sobre cucharitas... y no concretan nada, por supuesto: en términos homoeróticos, Este es el fin es totalmente histericona. Pero la película es tan abierta, lanzada y cambiante que tiene el mérito muy poco frecuente de que nunca se sabe qué va a pasar. Puede pasar cualquier cosa, pasar una bobada o no pasar nada.