El inconsciente de las estrellas
En la mayoría de las películas en las que los actores se interpretan a sí mismos suele leerse en los créditos finales el nombre del actor y "hace de sí mismo". En el caso de Este es el fin, el nombre de cada actor directamente se repite. ¿Quién es entonces el personaje o la persona? Aquí Seth Rogen, James Franco, Jay Baruchel, Danny McBride, entre otros, hacen de ellos mismos en una suerte de parodia sobre la propia cultura del narcisismo plutocrático de la que son exponentes privilegiados.
Uno de los mejores gags de la película está al principio: Rogen y Baruchel se retiran de una fiesta en la nueva mansión de Franco donde las drogas y el sexo organizan el interés de los presentes. Baruchel, que detesta el estilo de vida de Los Ángeles, se retira, y Rogen, amigo querido que no ve hace años, lo acompaña a comprar provisiones. Inesperadamente, el piso tiembla y se resquebraja y unos conos de luz llegados del cielo chupan a algunos transeúntes. Es el apocalipsis. Los amigos deciden volver a lo de Franco y al entrar todo parece seguir igual. ¿Solipsismo de ricos? Al menos por un rato, porque el fin del mundo es para todos. De ahí en adelante, algunas estrellas quedarán perpetradas en la mansión. Afuera es el caos, pura anarquía. Además, unos monstruos demoníacos sexuados acechan. ¿Es un mal viaje?
Este es el fin bien podría concebirse como la exposición del imaginario de una generación bastante conformista matizada con un toque lisérgico que suele confundirse con libertad creativa. La autoconciencia de sus protagonistas es más una prótesis del guion que un elemento catártico, y lo mismo sucede con el autodesprecio como método humorístico. Si se trata del fin del mundo, los santos hedonistas de la presunta nueva comedia americana van directo al juicio final con un porro en el ojal. En el cielo, la fiesta continúa.