Cuando una noche tibia nos conocimos.
Una historia de amor y erotismo precoz que ha quedado trunca conforma la espina dorsal del film, nueva demostración de la vitalidad del cine con temática GLBT en nuestro país. Las cosas nunca dichas resultan tan relevantes como aquello que es explicitado.
Rodada íntegramente en la localidad correntina de Paso de los Libres, la ópera prima en el largometraje de Papu Carotto retoma algunas ideas de un cortometraje previo (Matías y Gerónimo) para narrar el reencuentro de dos amigos de la infancia, distanciados durante algo más de una década. Esteros comienza con la visita de Matías (Ignacio Rogers, el protagonista de El pasante) a su pueblo natal, acompañado de su pareja, una chica brasileña con la cual parece mantener una relación estable y duradera. El azar define que Matías se encuentre con Jerónimo (Esteban Masturini) luego de todos esos años de alejamiento y el film acompaña la inesperada situación con el primero de una serie de flashbacks hacia un verano que se revelará inolvidable, por razones muy diversas e incluso contradictorias. La profunda amistad de los chicos, a punto de terminar sus estudios primarios, comienza a evolucionar hacia algo distinto a medida que la atracción física entre ambos se hace cada vez más evidente, ante la mirada de algunos de los adultos que los acompañan en esa chacra cercana a los esteros.
Esa historia de amor/erotismo precoz que ha quedado trunca, por razones que el film dará a conocer más temprano que tarde, conforma la espina dorsal del film, nueva demostración de la vitalidad del cine con temática GLBT en nuestro país. Pero Curotto no parece estar interesado en bajar línea, sino en enfrentar a sus personajes a ciertas decisiones del pasado y del presente que, más allá de sus particularidades, no dejan de ser universales. En ese sentido, Esteros es tanto un coming-of-age (en este caso, un relato sobre el paso de la infancia a la juventud) como un posible coming-out-of-the-closet: si Jerónimo, que se dedica sin demasiado éxito a los efectos especiales para el cine, ha asumido su condición homosexual abiertamente y ante todo el mundo, la situación de Matías es muy diferente. Un imprevisto viaje a ese lugar en el mundo donde, una década atrás, surgió la atracción, permitirá que ambos jóvenes vuelvan a verse ante la necesidad de tomar decisiones que afectarán tanto el presente como el futuro.
El realizador establece y sostiene durante gran parte del metraje un acercamiento intimista al derrotero del dúo, a partir de una narración convencional pero atenta a los detalles: si bien los diálogos tienen una importancia esencial, las miradas, los roces y las cosas nunca dichas resultan tan relevantes como aquello que es explicitado. La tensión narrativa (y también la emocional y física) entre los protagonistas va en aumento a medida que la posibilidad cierta de un segundo capítulo de la historia comienza a tomar forma, y Curotto encuentra la manera de transmitir la compleja relación entre ambos de manera sutil, pero, al mismo tiempo, evita cualquier clase de eufemismo o ambigüedad. La sociedad ha cambiado y también lo ha hecho el cine: estamos a años luz de aquellas “otras historias de amor” de hace apenas tres décadas. Si el deliberado apuro en el cambio de tono de las escenas finales de Esteros inhabilita o no sus logros previos, dependerá de la sensibilidad de cada espectador.