De ahora en adelante, siempre que pueda, trataré de evitar expresiones y términos como "lugares comunes" o "clisés" a la hora de comentar una producción en pos de una calificación. Tómelo como una declaración de principios para ponerme en su lugar, sin dejar de reconocer el que me corresponde.
Sucede lo siguiente. El año pasado (y el anterior, y los anteriores) he visto un número irracional de películas, cercano a las 400 entre estrenos y festivales, por ende es probable que esos términos se apliquen con más facilidad a los que nos dedicamos a esta tarea, no tanto al espectador que va al cine 4 ó 5 veces al mes. A priori, una frase como "esto es guerra está llena de clisés y lugares comunes" suena de peyorativa a esquiva, como si fuera una forma muy general para explicar que guiones como ese se han repetido mil veces, lo cual no sólo no sirve para tomar posición al respecto; tampoco aporta para saber si la obra en cuestión está bien o mal hecha.
Es lo mismo que tomar cualquier acción física de la primera película de Chaplin para hablar de cualquier otra cuando promediaba su carrera. ¿Cuantas veces, en toda su filmografía, se cayó de traste, o lo vimos ponerse al hombro cualquier objeto del largo de una escoba para darse vuelta y encajárselo en la cara del que esta al lado? Sin embargo nos reímos cada vez que lo vemos. Con esto no quiero comparar; sino establecer el punto.
En todo caso puedo decirle que el guión de “¡Esto es guerra!” no me resulta novedoso, pero sí desacertado en la dirección y en algunas elecciones para llevarlo adelante. Este es el quid de la cuestión. Para empezar tenemos lo exagerado de la primera escena, de mucha acción, que sirve para presentar a los personajes. En ella vemos que, además de ser buenos amigos FDR (Chris Pine), un aparente fanático del botox, y Tuck (Tom Hardy) son agentes del FBI tras el rastro de Heinrich (Til Schweiger), el villano de turno.
Lo que amaga con ser la trama principal se convierte luego en subtrama que lentamente deja de aportar al relato, aunque el realizador McG intenta levantarla en el momento de climax, cuando ya no hace falta ni interesa. En contrapartida, se centra en el desafío mutuo planteado por los protagonistas para dirimir cuál de los dos se queda con Lauren (Reese Witherspoon), muchacha a la cual ambos conocen por separado en circunstancias, forzadamente, fortuitas. Aquí comienza el juego de los contrastes. Uno es canchero, despreocupado y superficial, el otro es algo tímido, reservado y un poco más refinado. Por alguna razón Lauren gusta de ambos, y viene de un largo período de sequía (no se si se entiende el eufemismo).
En este contexto los guionistas parecen haber competido a ver quién aportaba los diálogos más alejados posibles del verosímil de cada personaje. A todo esto, hay ciertas concesiones que el espectador debe hacer para entrar en el juego, como creer que un servicio de inteligencia estará a disposición de dos agentes, prácticamente sin rango, en lucha por lograr una conquista amorosa.
Fiel a su (¿estilo?) McG elige una banda de sonido sin vuelo que aporta poco a la sorpresa, es más, por momentos anticipa posibles situaciones graciosas para que cuando llegue el remate esté todo tan masticado, que ni siquiera haga falta que usted se ría. Todos estos factores conspiran contra el crecimiento de los personajes y, en efecto, ninguno crece mucho más allá del momento en que son presentados.
Es posible que si nunca vio una película combinando acción con humor y enredos, o vio muy pocas, “¡Esto es guerra!” le resulte un simple pasatiempo al que hay que perdonarle muchas cosas para que funcione como tal.