Una película condenada a muerte se escapa
Como todo el mundo sabe Jafar Panahi está preso en su país y a pesar de las muestras generalizadas de solidaridad con su causa no parece que su suerte se vaya a modificar en lo inmediato. Contra todo pronóstico, quizá estos datos acerca de su injusta situación personal conspiren para que esta extraordinaria película que es Esto no es un film a Film haya sido percibida como un objeto acaso demasiado serio, cuya importancia real descansa no en sus valores cinematográficos intrínsecos sino en la coyuntura biográfica de su director. En realidad, resulta que Esto no es un film es cualquier cosa menos solemne, quejosa o pesimista. La película se dedica más bien a hacer un breve pero contundente diagrama del cine actual y a devolver de un golpe y con el mismo impulso la figura del autor al centro de la escena: Panahi demuestra que el guión puede ser nada más que literatura. Y que el cine que importa se sostiene siempre a pulso, en la cámara y en la vitalidad misteriosa y muchas veces inasible de eso que se agita delante, lo que descubre el ojo y registra el cineasta. La iguana que el director tiene de mascota, que se le sube encima para espiar por la ventana qué es lo que pasa afuera mientras este habla por teléfono con su abogada parece una señal furtiva: cuando Panahi toma finalmente la cámara y sale a la calle asistimos a uno de los finales más hermosos que se hayan filmado. El futuro de las películas es siempre incierto y allí radica su fuerza principal. Ese final tiembla, porque el cine tiembla.