Ser o no ser
Esto no es un film pero, ¿es arte? Al despuntar la noche de fin de año, cumpliendo prisión domiciliaria y la prohibición de filmar por veinte años, el iraní Jafar Panahi enciende dos cámaras y hasta el iPhone mientras su familia está de visitas. Lo que registra (el 90 por ciento adentro de su casa) no es un film, claro; es una declaración de principios. Panahi no está autorizado a filmar, pero sí a hablar con su abogada, a acariciar la iguana de su hija, a acompañar al portero a recoger la basura e incluso (en un rapto de osadía) a recrear el guión prohibido del film que sí hubiera sido.
El experimento se contrabandeó (eso cuenta la historia) dentro de una torta que llegó a Cannes, adonde ganó el apoyo inmediato de la crítica. ¿Será Esto no es un film el urinal de Duchamp del siglo XXI?; ¿el 4’33’’ de las artes visuales? La diferencia con esos y otros hitos más populares, como Warhol y el free jazz, es que el formato de Panahi no rompe ninguna tradición; por el contrario, refuerza la ambigüedad de la filmación casera. ¿Lo que pasa es real o está guionado? ¿Qué ocurre con el encargado tras sacar la basura? Más allá del terrible alegato y el don de Panahi para entretener con mínimos recursos, la película (no el film) no logró que los críticos ladren. Y en el arte eso es señal de algo.