Primero: hay que ir a ver este film porque solo asistir a su proyección es un acto en defensa de la vida y la libertad de su realizador, Jafar Panahi, injustamente puesto en arresto domiciliario por el régimen iraní. Por una vez, ver una película es también un acto de solidaridad y de justicia. Segundo: hay que ir a ver este film porque es excelente, y esto debería colocarse primero.
Con una cámara, en su casa, encarcelado, Panahi narra el absurdo laberinto burocrático y la causa imbécil por la que se lo encarcela, sin perder nada –pero nada– de humor. Lo hace de modo documental. Pero también narra o muestra la intrusión de vecinos, la vida de una iguana que lo acompaña, las discusiones breves por las compras con su esposa y, en el tramo final, la posible intervención de un oscuro agente de la inteligencia iraní disfrazado de muchacho inofensivo.
O no, pero la paranoia es indescriptible y todo se vuelve un perfecto cuento de suspenso. Que no sería más que un cuento, si no fuera que Panahi, por hacer campaña contra el rival de Mahmoud Ahmadinejad, por defender en sus films sobre todo el derecho de las mujeres a ser ciudadanas de primera en una teocracia (puede ver “El círculo”, una de sus mejores películas), por querer el regreso a un Irán laico y moderno, por ser un enorme artista, sigue encarcelado. Además, va a ver una obra maestra realizada en absoluta clandestinidad.