Esto no es una crítica
Las alusiones al confinamiento y a la falta de libertad son más que evidentes pero a la vez poéticas en la elección expresa del director iraní Jafar Panahi sobre quien pesa la condena a seis años de prisión domiciliaria sumados veinte años donde se le prohíbe filmar, para concebir esta obra que más allá de sus valores cinematográficos es un manifiesto político quizás más contundente que toda su filmografía hasta el día de hoy.
¿Cómo expresar la lucha silenciosa contra la censura; contra la cerrazón del pensamiento sino a través del arte? Porque un artista transforma la realidad y modifica lentamente la percepción sobre esa realidad con la responsabilidad de quien busca una verdad a pesar de la condena social o el prejuicio que dictan las mayorías. Pero el cine en su rol artístico construye además con sus recursos audiovisuales una mirada o discurso que poco tiene que ver con ese fenómeno que aborda desde la cámara y que se ancla con conceptos abstractos, los cuales solamente se reconocen en su poesía de imágenes como en el caso de Esto no es un film.
Poco importa lo extra cinematográfico que ha tomado características de mito (se cuentan con los dedos de la mano las versiones de cómo llegó el film a estrenarse fuera de Irán) sin dejar de rescatar esa sensación de gustito dulce de venganza por parte de Jafar Panahi y sus cómplices (sobre todo Mojtaba Mirtahmasb) para salirse con la suya sin violar las condiciones de espacio restringido y reglas preestablecidas por quienes lo condenaron al encierro, pues el director nunca toca una cámara, permite que se registre su testimonio y por ende deja plasmado su pensamiento en este documental ingenioso y modelo de perseverancia ante tantos obstáculos absurdos.
El pretexto que no es otra cosa que la anécdota y que abriga el subtexto del film es bucear entre los límites de lo permitido y lo no permitido (o acaso el arte no es transgresor por esencia) para crear esa película que el realizador iraní anhela llevar a cabo, consciente de su imposibilidad concreta de llegar alguna vez a filmarla. Es la puesta en escena de un cuento de Anton Chéjov (Del diario de una jovencita), que suscita mente narra el drama de una joven iraní que desea estudiar artes y sus padres la encierran como parte de un castigo y cuyo único consuelo es una ventana por la que observa cómo pasa la vida, sin que su imaginación pueda ser reprimida por la otra cárcel: el prejuicio.
Así las cosas, la cámara es la que se metamorfosea para transformarse repentinamente en esa ventana a donde el régimen no llega y por la cual el director escapa cinematográficamente y rompe la barrera espacial en un abrir y cerrar de ojos.
Lejos de acomodarse en el rol de incomprendido por el sistema pero sin ocultar esa melancolía y el cansancio por tanta injusticia a cuestas, lo que prevalece en Esto no es un film es la insolencia de aquel que se cree libre solamente porque pretende pensar y expresar lo que siente ante otros que seguramente no piensan igual.
No estamos frente a un film que baje línea discursiva o esconda esa intención bien pensante sino simplemente somos testigos de un aquí y ahora en el que la creatividad y la voluntad transforman el presente para que en el futuro el final de la película no sea siempre el mismo.