La primera vez que entrevistan a Ababacar Sow, migrante senegalés en Buenos Aires, su mirada está enfocada hacia abajo. Pareciera que está a la defensa o indefenso. Estamos acostumbrados a que el entrevistado vea hacia la cámara o hacia alguno de sus lados. Pero aquí él prefiere mirar hacia abajo. Esto nos sugiere de entrada que es un hombre resignado a su presente. Sin embargo, poco basta esta conclusión cuando vemos sus ojos enormes en una fotografía de su infancia. La pureza de su mirada nos invita a seguir atentos a lo que se viene. Y una de las fotos que continúa en la selección es una de él abrazándose a sí mismo, con los ojos cerrados y la cabeza ladeada hacia la izquierda. Si esto no es una muestra fehaciente de indefensión e independencia, pocas cosas lo son. Pero no pareciera que los realizadores quieran victimizar a su personaje. Simplemente quieren asomar una particularidad que contrasta con y no opaca sus ojos bien abiertos. Con pocos recursos nos van sugiriendo que la migración es una distensión de fuerzas opuestas, nunca un estado unívoco.
Este primer acercamiento fotográfico pareciera una minucia, pero está resaltado con un contraste previo a estas fotos. En la escena que Ababacar le dice unas palabras en wolof a la chica de la Defensoría que entrevista y transcribe las respuestas de inmigrantes, y ella procede a escribirlas para no equivocarse; estamos ante un gesto de identidad con el que los realizadores proceden a mostrarnos la primera foto antes mencionada. Como si esa mirada infantil de ojos atentos y el idioma fueran la primera alerta de lo que define a un ser humano y a Sow en particular.
El documental va hilvanando entonces, más que un diálogo, una apelación a la mirada. La imagen atrapa las diferentes tonalidades o intenciones en la mirada del protagonista e, incluso, cuando precisamos quién es Mbaye Seck, amigo de Ababacar, nos lo presentan con una mirada de reojo luego de un movimiento hacia atrás, donde está situada la cámara. Como gesto entre espontaneidad y picardía, la mirada traza cierto vínculo cómplice entre nuestros protagonistas.
Y precisamente el documental no nos quiere engañar entre miradas. Por esto, las voces de los protagonistas delatan el cansancio en medio de una ciudad ambivalente: en la venta ambulante de Mbaye, plena de rechazos, escuchamos “Hace 5 años que estoy vendiendo en Buenos Aires con el maletín. Caminé mucho. Cinco años caminando es mucho. Pude haber llegado a Senegal”. En medio de esta conclusión amarga, la película no procederá a retratarnos un calvario en las vidas de los protagonistas, sino el día a día de sus costumbres y la tensión entre el aquí y el allá. Que los realizadores incluyan hasta la postura de que África “no es tan pobre como la gente cree”, sin la necesidad de emprender una muestra fehaciente de estas palabras, habla mucho de que la búsqueda del documental es retratar de las condiciones particulares de Mbaye y de Ababacar.
Poco a poco, lo que parecía una historia de inmigrante senegaleses, se convierte en el la otra cara de las decisiones que toma cada ser humano. Las migraciones pueden estar protegidas por un hálito de preconceptos a favor de un mejor nivel de vida, mayor poder adquisitivo y mejores condiciones generales. Pero con una humildad profunda y sus pies descalzos, Mbaye nos dice que estos son nada más que engaños. Cada decisión, sea la de quien migra o de quien prefiere ver en el migrante una mejoría de sus condiciones, trae consigo un revés con la que se enfrenta frecuentemente cada individuo.
Finalmente, la pregunta reiterativa “¿Estás en paz?” que se dan entre coterráneos, habla de un punto de vista en tensión, mas no de lucha. Lejos de la imposición actual de bienestar y comodidad venidas de la autoayuda, es una pregunta que da cuenta no sólo de una religión, sino del giro interesante al “¿cómo estás?” de la cultura occidental. Y el título del documental es la respuesta perfecta e indirecta
a ambas preguntas. ‘Estar acá’ es una medianía entre los pensamientos del país de origen del migrante (allá) y el día a día del país de llegada (acá). Aunque haya en la película asomos frecuentes de quejas, los realizadores prefieren enfocarse en las conversaciones entre Mbaye y Ababacar. Como si en estos encuentros amistosos, plenos de sonrisas y sobre todo de diferencias entre ellos, se mantuviera la ilusión de placer que les brinda a ambos poder mandarle algo de dinero a su familia, tener un trabajo que les permita mantenerse para ahorrar siquiera un poco, o cumplir con sus rituales aunque no se identifiquen plenamente con ellos. El rescate final de la película es un equilibrio dinámico entre los orígenes y el destino pasajero de sus dos protagonistas.