Que por primera vez hay un personaje abiertamente gay (el Phastos de Brian Tyree Henry), que una de las protagonistas es sorda (la Makkari de Lauren Ridloff), que hay escenas de sexo más largas e intensas de lo que el manual de películas de superhéroes aconseja, que nunca hubo tanta pluralidad en el elenco (cuatro de los Eternals son blancos, tres son asiáticos, dos son negros y hasta tenemos una latina), que en una escena ambientada en pleno Amazonas se advierte sobre la grave degradación del planeta, que en otra que reconstruye la matanza de Tenochtitlan en 1521 se habla de genocidio, que la directora es una mujer de origen chino que proviene del cine independiente más autoral... La nueva producción de Marvel aprueba todos y cada uno de los exámenes de la corrección política en cuanto a revisionismo histórico, diversidad cultural y representatividad étnica y de género. Todos... menos el de ser una buena película.
Quienes disfrutamos hasta aquí de la carrera de la realizadora de Songs My Brothers Taught Me, The Rider y Nomadland nos acercamos a Eternals con un mezcla de esperanza y miedo. Ilusión por ver si una cineasta sensible y virtuosa podía impregnarle algo de su sello personal a este tipo de producciones mastodónticas; y temor porque -como finalmente ocurrió- Eternals resulta una combinación decepcionante y fallida (aunque tampoco a un extremo catastrófico) entre dos mundos que siguen siendo irreconciliables.
Puede que Eternals sea más elegante, con un uso más creativo de los efectos digitales que sus predecesoras, pero a sus injustificables 157 minutos les faltan tensión, humor y acción que -convengamos- es lo primero que el fan de Marvel busca en una producción de la franquicia. Que la película sea en varios pasajes morosa hasta bordear lo aburrido es algo que a mi hasta me puede resultar interesante por su carácter anómalo, pero no creo que la muchachada marveliana se sienta demasiado feliz frente a una propuesta con mucho de climática y contemplativa. Es que, más allá de algunos pocos pasajes deslumbrantes desde lo visual, de la marca de Zhao solo quedan los amaneceres, los atardeceres y poco más.
A la directora nacida en China, formada en Londres y afincada en California le tocó una tarea nada sencilla como la de desarrollar un nuevo universo, lo que implica explicar el contexto histórico (los Eternals están en la Tierra viviendo como humanos para cuidarnos desde hace... 7.000 años), presentar a cada uno de los personajes (que para colmo son una decena) y comenzar el enfrentamiento contra los Deviants, unos monstruos con forma de dinosaurios.
La protagonista no es la Thena de Angelina Jolie ni la profetisa Ajak de Salma Hayek (ambas lucen bastante desdibujadas teniendo en cuenta su status de estrellas de Hollywood ) sino la Sersi de Gemma Chan, que en el presente es una curadora de un museo de Londres que está de novia con Dane Whitman (de Kit Harington) aunque en verdad viene de una relación milenaria con el Ikaris de Richard Madden. Y también aparecen el mencionado Phastos -que tiene su marido y su hijo-, la citada Makkari, y el Kingo de Kumail Nanjiani al que le tocanalgo así como aportar los momentos “cómicos”, y el Gilgamesh de Don Lee, y la Sprite de Lia McHugh, y el Druig de Barry Keoghan...
Pero -quedó dicho- a pesar de las dos horas y media de metraje (cabe avisar que hay escenas tanto durante como después de los créditos finales que permiten intuir cómo seguirá avanzando esta cuarta fase del MCU) la película nunca profundiza, nunca acelera, languidece, filosofa y deriva demasiado en sus viajes en el tiempo por la Mesopotamia, Babilonia, Hiroshima, Irak y muchos otros lugares candentes. Hay escenas (y sobre todo planos) que subyugan a la hora de ser analizadas por separado, pero en su conjunto la narración de Eternals termina haciéndole justicia a su nombre: resulta poco menos que eterna.