Eternals se presenta como una nueva mirada, más artística, para el Universo Marvel ¿Pero logra su cometido?
La promesa tácita de Eternals, repetida en tráileres y entrevistas, es ser la película diferente de Marvel. La que romper el molde de la factoría de superhéroes del Ratón, e inyecta “arte” en la fórmula taquillera de la Casa de las Ideas gracias a la mirada fresca y la mano firme de la directora Chloé Zhao, reciente ganadora del Oscar por la poética e incisiva Nomadland.
Esa promesa, la promesa de un nuevo rumbo para el MCU, no ha sido cumplida por las más de dos horas y media que acabo de ver en la pantalla grande. En todo caso, Eternals es la prueba que tomar dicha fórmula Marvel e intercalar, entre las peleas y los chistes, bellos y largos paneos panorámicos, cinematografía luminosa y momentos de silencio no es igual a hacer un film de auteur de superhéroes. Algo falta, alma quizá, como a estos dioses eternos que no son lo que parecen.
En el comienzo, nos reciben columnas de texto explicativo sobre una pantalla negra, las cuales esbozan algunos conceptos básicos. Las párrafos también sientan el tono, delatando antes de empezar que Eternals quiere ser una película épica. Quiere ser como La Comunidad del Anillo o la reciente Dune. El mero acto de abrir con exposición de información, además de transmitir lo que se lee en las palabras, intenta decirnos que acá hay tanta mitología que no alcanza la película para contenerla. Pero realmente lo que significa es otra cosa: o que no se confía en que el espectador va a ser capaz de entender todo eso durante el desarrollo del film, o que sus creadores no fueron capaces de plasmar toda la información pertinente en la pantalla. Sea una o la otra, es un mal augurio.
Lo que hacen esas parrafadas es recordarnos que existen los Celestials, esos überdioses arquitectos del universo que ya vimos un poco en Guardianes de la Galaxia. Uno de ellos, Arishem, emprende una cruzada contra los perniciosos Deviants, seres que atentan contra el tejido de la vida y el universo. Su arma son justamente los Eternals, alienígenas del planeta Olympia con poderes similares o superiores a un Thor y que, como indica su nombre, viven vidas sin fin. O por lo menos, muy largas.
Luego de una impresionante secuencia inicial, en la cual vemos el arribo de los Eternals a la Mesopotamia de los albores de la civilización sedentaria y su enfrentamiento con los Deviants que atormentan la Tierra, la película da un salto al tiempo actual. Desde allí, y usando como disparador la aparición de estos monstruos que creían haber erradicado 500 años atrás, la película adopta la clásica fórmula de “juntar a la banda”, tan utilizada en películas de ladrones de bancos. Un roadtrip sin mucho road encabezado por Sersi (Gemma Chan) e Ikaris (Richard Madden), los dos eternos en el centro del relato.
Mientras tanto, diferentes flashbacks van llenando algunos de los vacíos en la milenaria historia de la estancia de los Eternals en nuestro planeta. Allí yace uno de los puntos fuertes del largometraje: sus escenarios antiguos, que van desde Babilonia a Tenochtitlan.
Es allí, en esos escapes al pasado de la historia de la humanidad, los cuales intentan cinematográficamente mezclar escala con intimidad, es donde se nota más la mano de Zhao. Nunca una del Universo Cinemático Marvel tuvo tanto “aire”: largas tomas escenográficas, con una cinematografía que deja que la luz brille y una cámara que se queda explorando los detalle de una roca o un par de manos tomadas juntas.
También parte de esta búsqueda es la que, de seguro, representa la banda sonora más austera de Marvel. Más que las melodías de Ramin Djawadi, correcto pero lejos de sus mejores laburos en HBO (Game of Thrones, Westworld), lo que destaca aquí es el silencio, que colma escenas enteras donde solo se puede oír el dialogo de los actores.
Pero todas estas decisiones “artísticas” caen en saco sin fondo si no hay una apuesta más fuerte de fondo, a nivel guión. El cual, como suele ser en estos casos, denota en los créditos por lo menos 3 reescrituras. En ese sentido, Eternals no es más que la fórmula Marvel, la cual no puede dejar de señalarse ya vimos desplegada más de dos docenas de veces a esta parte, con algunos toques de estilo introducidos como adorno y estirada hasta 45 minutos más de lo que era necesario. Porque ese es otro requisito de una épica, tiene que ser larga.
En cuanto a ese otro ingrediente, las peleas y el rebote de chistes y personalidades a las que nos tiene acostumbrados esta macro saga, el saldo también está raleado. Por un lado, la acción no ofrece nada nuevo, y el diseño poco inspirado de los Deviants, quienes además de verse reducidos a bestias con poca profundidad de caracterización, son condenados a verse como un animal de la Pandora de James Cameron al los que le falta la piel.
Por otro, el elenco de Eternals es muy bueno, aunque se lamenta que no hay un guión ahí lo suficientemente bueno que les de algo que hacer. Lo mejor diría es Kumail Nanjiani como Kingo, irreconocible con sus nuevos músculos, pero igual de carismático y gracioso que en Sillicon Valley. Tanto así, que no dudo que en breve lo veremos intentando seguir el camino de tantos otros en pos de su propia franquicia de comedias de acción.
Otro punto fuerte es Angelina Jolie, en un rol mucho más pequeño del que deja adivinar su lugar prominente en posters y tráilers. Aun así, cuando aparece en pantalla exuda autoridad y fuerza como Thena, a la altura de la diosa guerrera que encarna. Brian Tyree Henry como Phastos y Lauren Ridloff como Makkari, otros dos destacados. En ese sentido, es una pena que justamente de los más flojos sean Chan y Madden, quienes además carecen de la química en pantalla que demanda su historia de amor a través de los milenios.
Al final, llega el cursorio tercer acto, con su orgia de CGI y cierta tendencia a la tragedia, a partir de la que se entienden las comparaciones con el Snyderverso que se pueden leer en redes y reseñas. También hay dos escenas postcréditos, quizás las más baiteras que nos ha ofrecido Marvel en años.
Pero, para entonces, ya es muy tarde para levantar a Eternals, que perfila como el gran experimento fallido del estudio, arrinconándolo aún más entre una fórmula gastada y su incapacidad por salir de ella airoso.