Tras casi dos décadas, Lana Wachowski nos invita a volver a la Matrix. ¿Vale la pena emprender el viaje de regreso? Sintomático del congestionamiento de “tanques” que está volviendo a sentirse con la normalización de la cartelera, hace solo unos días se estrenó la última del Hombre Araña, desatando una verdadera “spidermanía” en las redes sociales, y en la taquilla también. Personalmente, me tomó por sorpresa esa impresionante ola de nostalgia, porque nunca pensé que existía tal cosa para Spider-Man de Raimi. Para mí, milenial hasta el tuétano, la posta siempre fue Matrix, que también está de regreso, con una cuarta parte subtitulada Resurrections. ¿Cómo volver a la Matrix? La primera hizo época como pocas películas llegan a hacerlo, un verdadero clásico del cine que sentó las bases de una estética, un estilo, un sonido que dominarían los 2000, en la pantalla y más allá. Las dos secuelas, Reloaded y Revolutions, recaudaron fortuna, pero fueron tibiamente recibidas, tanto por la crítica como por el público. Así, el prospecto de The Matrix: Resurrections corre el riesgo de quedar atrapada entre la irrepetible iconicidad de la primera y el fantasma del fracaso crítico de la segunda y la tercera. Un posible camino para la nueva historia podría ser abrazar ese carácter tan meta que caracterizó a la Matrix original, y presentar una secuela/reboot que sabe lo que es, que lo viste con un guiño irónico. O, quizás, sería mejor una aproximación más seria, a “cara de perro” (la saga siempre lo fue), optando por avanzar full ciencia ficción full secuela expandiendo el mundo con enrevesadas explicaciones acerca de precisamente cómo Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie Ann Moss) vuelven a la vida y a nuestra pantalla. Bueno, The Matrix: Resurrections no se decide entre una y otra, sino que hace ambas, y las balancea muy bien. Durante el primer acto, como puede entreverse en los tráilers, el punto de partida vuelve a ser un Thomas Anderson al que le han pasado los años y sigue igual de alienado. Un informático exitoso pero infeliz, que toma café mientras admira a la distancia a una mujer que se parece mucho a Trinity. Entonces baja desde la cima de la empresa un pedido que prende la mecha de la trama y arroja la salud mental del programador por la ventana: debe realizar una continuación a su trilogía de videojuegos The Matrix. Obviamente, sigue una avalancha de metacomentarios irónicos acerca de la naturaleza de las secuelas, la industria de los videojuegos y el estado del arte en el capitalismo tardío del siglo XXI. Pero durante el segundo acto, cuando llegamos al nudo, también se nos muestra como el “mundo real” cambió gracias al sacrifico de Neo y Trinity al final de Revolutions. Nuevos desarrollos tecnológicos y alianzas inesperadas se tejen en las ciudades humanas, demostrando que el tiempo no solo pasó para nosotros, sino también dentro de la ficción, sintiéndose así este un mundo vivo. Matrix-Resurrections-Trailer-Breakdown- De hecho, podría decirse que el paso del tiempo es el gran tema de The Matrix: Resurrections. Y, como alguien adulto que vuelve a ponerse las ropas que uso de joven, la secuela las viste de manera más madura. Antes que nada, permitiéndose reírse de sí misma, con un sentido del humor autoreflexivo mucho más prevalente que en las entregas anteriores. Marca del que aprendió a no tomarse tan en serio a sí mismo. Esta nueva Matrix, más que ninguna de las anteriores, es una historia de amor. La madurez también se expresa en la intimidad de la relación entre Neo y Trinity, que por momentos aparece desnuda de las luces de colores de la ciencia ficción. En primer plano, la cámara se detiene en sus caras y las marcas del paso del tiempo que las surcan. Antes que ese “CGI rejuvenecedor” que está de moda, Lana Wachowski filma con iluminación plena la piel arrugada de sus actores como la última prueba de cuánta agua ha pasado bajo el puente desde la última vez que los vimos. El pasado está presente constantemente en The Matrix: Resurrections. No solo como referencias habladas y guiños a diálogos célebres, sino como citas visuales constantes, fotogramas de las entregas anteriores insertados en medio del metraje nuevo. En una escena que recrea a otra, la original aparece proyectada contra la pared como si de una instalación de arte se tratase. Si quienes hacen la nueva Matrix no pueden escapar del pasado, entonces los espectadores no podrán tampoco. Estos injertos de secuelas pasadas le otorgan una interesante textura a la película, aunque también develan lo que quizás menos me gustó de ella. Mientras las primeras hacen gala de una estética fuerte, con una fotografía tiznada de azul o verde, aquí la filmación en 4K crocante y muy iluminado se siente cuasi documental. Una decisión deliberada que tomaron la directora y su director de fotografía, John Toll, y cuya apuesta artística de momento me elude. The Matrix: Resurrections En ese sentido, si bien The Matrix: Resurrections viste elegantemente su existencia como una secuela realizada más de veinte años después de la original, no ofrece visualmente nada tan renovador o revolucionario como aquel film de 1999. Y, quizás, nunca podría hacerlo. Como se pregunta socarronamente un personaje dentro de la película “¿Cómo superar aquel tiempo bala?”. Por esto que no se entienda que la acción no se ve muy bien o mal coreografiada, ni que los diseños de escenarios, indumentaria y máquinas ya no son cool. Simplemente no hay nada que rompa o trascienda los estándares del cine de acción contemporano (que, de hecho, lo tiene a mismo Keanu como John Wick en la vanguardia), como hizo la original. De lo nuevo, destaco a Jessica Henwick como Bugs, a quien ya conocimos por Iron Fist, en un rol que debería catapultarla a un escalón más alto de fama si es que los productores de Hollywood tienen ojos en la cara. También celebro la reincidencia de buena parte del elenco de Sense8, seria creada por las Wachowski y J. Michael Straczynski para Netflix, cuya vida fue terminada demasiado temprano. De hecho, hay mucho nombre conocido para aquellos embebidos en la filmografía de las hermanas. Por ejemplo, colaboradores que fueron de la partida en Cloud Atlas, otra joya incomprendida que el tiempo debería poner en su lugar, como Tom Tykwer, aquí co-compositor de la banda sonora, y David Mitchell, escritor de la novela original. Sobre el final, entra en foco una vocación revisionista que atraviesa toda The Matrix: Resurrections que, si los últimos años de la cultura pop son evidencia de algo, estoy seguro probará controversial con parte del fandom, y deja abierta la puerta necesariamente para más. Lo cual podría leerse con cinismo, como hacen los mismos personajes dentro de la película. Pero también con cierta cuota de confianza ganada durante más de dos horas en las cuales Wachowski y su equipo logró quedarse con el pan y con la torta, reírse de la existencia de un reboot y además hacerlo bastante bien. Quizás, es cierto, para terminar de sumergirse plenamente en la propuesta de Resurrections haya que ser un poco indulgente para con el mundo y su planteo, la desbordante imaginación de la directora y su salto entre lo irónico y lo serio, el chascarrillo autoinflingido y la parla pseudocientífica futurista. Pero, para ser sincero, yo me tomé la pastilla roja hace muchos años.
La locura en torno a la última entrega cinematográfica de Spider-Man ha llegado a niveles insospechados ¿Puede acaso No Way Home estar a la altura del hype? Durante los intensos meses de previa a su estreno, los debates en torno a Spider-Man: No Way Home han ido escalando al punto en que pareciese que no solo el destino del Universo Cinemático Marvel, sino que el de todo el cine pendiera sobre la cabeza de Kevin Feige, Jon Watts, Tom Holland y compañía. Como siempre, los hay apocalípticos, quienes ven en el fervor de los fans de las películas de superhéroes y el fracaso comercial de la oferta más artística un signo del fin del “cine”. También los hay integrados, en este caso más que nada los dueños de las cadenas, que esperan que la potencia de la convocatoria del Hombre Araña finalmente devuelva la taquilla a alturas prepandémicas. En los muchos debates que he tenido al respecto, hubo un comentario que me quedó rondando la cabeza: Spider-Man: No Way Home es la consagración del cine como evento deportivo. Hay algo de cierto ahí, como delata el terror insondable que aqueja a algunos fans con respecto a los spoilers (Y el estudio la sabe, haciéndonos firmar a quienes asistimos a la función de prensa un papel donde se promete no divulgar detalles claves de la trama hasta el 2022). Si el contar una historia se reduce al resultado, como si de un partido de fútbol se tratase, entonces sí ciertamente algo se está perdiendo en el camino. Por otro lado, es difícil culpar a los estudios por ir por este lado: cuando se pueden ver películas en la pantalla que llevas en el bolsillo, la manera de atraer gente a las salas es justamente haciendo de los estrenos verdaderos eventos. Spider-Man: No Way Home En todo caso, los argumentos, de los más fatalistas a los más cegados por el fanatismo, se deben medir contra el film en sí. ¿Hay en este desarrollo de personajes, conflictos con peso emotivo, algún comentario inteligente sobre el mundo en que vivimos?, ¿cuenta este con una historia que se sostiene por sí mismo si se le saca la carnada de nostalgia, las referencias y los guiños a pasadas producciones sobre el superhéroe? Por buena parte del largometraje, debo decir que la respuesta es un rotundo sí. Como los tráilers adelantaron, la acción comienza inmediatamente luego del final de Spider-Man: Lejos de casa, cuando en un último acto de villanía Mysterio (Jake Gyllenhaal) revela que debajo de la máscara se encuentra Peter Parker (Tom Holland). Arrojando así su vida y la de todos los que lo rodean en una espiral de caos y exposición mediática, e invitando a algunas escenas que parecen querer comentar acerca de la naturaleza de las fake news y la celebridad en el siglo XXI. Spider-Man: No Way Home Ahora, si bien como adelanta la campaña publicitaria, la solución a la que recurre Spider-Man es más bien mística e incluye un viajecito al 177 de la calle Bleecker, el nudo al corazón de la película funciona porque ancla la historia a conflictos bien humanos. Enfrentando a Peter Parker a las realidades de una vida superheróica que hasta ahora ha pasado más por viajes a las estrellas, pero que aquí, se estrella de nuevo en la Tierra ¿Se puede vivir una doble vida, incluso cuando la intención sea ayudar?, ¿cuánto paga Peter Parker por la existencia de Spider-Man? El primer tercio de la película se mete de lleno a explorar estas preguntas, dándole pista al desarrollo no solo de Peter, sino también de Ned (Jacob Batalon), MJ (Zendaya) y hasta May (Marisa Tomei), que hasta ahora solo se había limitado a sonreír y suscitar comentarios inapropiados por parte de Tony Stark. Aquí reside la mayor fortaleza de No Way Home, el anclarse en problemas mundanos y recostarse en el buen elenco (siempre, pero siempre, el casting es la principal espada de las de Marvel). Incluso algunas de las “nuevas adiciones” al reparto, cuya aparición claramente busca tocar una fibra sensible, están integradas de manera orgánica y narrativamente sólida a este conflicto central. Spider-Man: No Way Home A pesar de lo que sugiere el marketing, esta es cabalmente una película de Spider-Man más que una del Universo Cinemático de la Casa de las Ideas. Sí, la acción y el humor son a los que nos tienen acostumbrados el estudio. Sí, hay guiños y los “huevos de pascua” a rolete. Pero debajo de todo esta es una historia sobre el Hombre Araña. En ese sentido, incluso diría que de todas sus apariciones en el MCU, esta es la que más se acerca a ese núcleo genial del personaje: este es un pibe como nosotros, una persona normal arrojada a circunstancias extraordinarias. Que esto no se lea como una crítica de lo que vino antes, porque creo que Feige tomó la decisión correcta (Tener que ver al tío Ben morir de nuevo hubiese sido, como mínimo, tedioso). Pero después de un gran rodeo, aquí parece dejarse en claro que ha llegado la hora de volver a lo básico, al Peter con problemas como los míos y los tuyos. A un Peter preocupado por llegar a fin de mes, no por sacarle un guante cósmico a un extraterrestre violeta invencible. Spider-Man: No Way Home Lamentable, durante el tercer acto creo el acto de equilibrio tratabilla y la cosa se invierte. Las referencias dejan de servir a la historia y su planteo dramático, para terminar cobrando protagonismo absoluto, comiéndose un poco a la película. El límite entre el guiño inteligente y el fanservice más descarado es, a menudo, uno muy fino, y aquí a mi gusto se trasgredido en algún momento de los últimos cuarenta minutos, media hora de metraje. Lo cual, por otro lado, no significa que todo lo que elogié de Spider-Man: No Way Home desaparezca por completo. Pero ciertamente creo que aquí dentro hay una película de dos horas de largo que es temáticamente más sólida y dramáticamente efectiva, sin depender de alusiones a otros films que no son este. En definitiva, y teniendo en cuenta la demanda titánica puesta encima de esta producción por productores, cadenas de cines y, sobre todo, los fans, creo que Spider-Man: No Way Home es tan buena como podría llegar a ser, con un corazón sorprendentemente bien puesto y siempre un brillito en el ojo apuntado a los espectadores más devotos.
Wes Anderson vuelve a la pantalla grande con su nuevo film antológico ¿Está a la altura de su celebrada obra? Con ocasión de La Crónica Francesa (The French Dispatch en el original), la primera película con actores de carne y hueso en siete años del favorito de los cinéfilos millenials Wes Anderson, mucho sitio versado en cine y cultura pop ha estado actualizando sus rankings con la obra del director. Salvo una o dos excepciones, las listas tienden a seguir un orden casi cronológico, yendo de menor a mayor. Mis favoritas, sus dramas de familias aburguesadas disfuncionales como The Life Aquatic with Steve Zissou y The Darjeeling Limited tienden a quedar más bien debajo de la pila (hay una sintonía acá con la obra de Roman y Sofia Coppola, amigos de Wes, que pide a gritos un libro que compare sus films en el contexto de su vida). La crítica generalmente prefiere sus dioramas más recientes e intrincados, como la que es probablemente su película más premiada, The Grand Budapest Hotel. Una categoría en la que la presente La Crónica Francesa se puede acomodar sin problema, para bien y para mal. Al igual que The Grand Budapest Hotel, La Crónica Francesa funciona como una película antológica, una colección de viñetas atadas por un dispositivo enmarcador. En este caso, tal dispositivo es la titular publicación periódica, producida en la ficticia ciudad francesa de Ennui-sur-Blasé como suplemento dominical del igual de ficticio periódico norteamericano Liberty, Kansas Evening Sun. De hecho, la película hace las veces de su último número, abriendo con el obituario de su fundador y editor Arthur Howitzer Jr. (Bill Murray). Luego siguen cuatro “artículos”: The Cycling Reporter por Herbsaint Sazerac (Owen Wilson), The Concrete Masterpiece por J.K.L. Berensen (Tilda Swinton), Revisions to a Manifesto de Lucinda Krementz (Frances McDormand) y The Private Dining Room of the Police Commissioner de Roebuck Wright (Jeffrey Wright). Como suele ser el caso en films antológico, el saldo de los cortos es dispar, y hasta diría que va de mayor a menor. Lo que no baja en ningún momento es la calidad del elenco, que suele ser una de las cartas ganadoras de Anderson: a los nombres rutilantes arriba se suman Benicio del Toro, Adrien Brody, Léa Seydoux, Frances McDormand, Timothée Chalamet, Mathieu Amalric, Henry Winkler, Elisabeth Moss, Bob Balaban, Liev Schreiber, Edward Norton, Willem Dafoe, Saoirse Ronan, y siguen las firmas. Los primeros tres, diría que son lo mejor de la película, lo que abona a mi evaluación del primer “artículo” como el mejor de los tres. Visualmente, La Crónica Francesa sigue siendo puro Anderson, y ahí yace el segundo punto fuerte. Esa cualidad de diorama, de casa de muñecas obsesivamente construida que distingue al director entre sus pares. De hecho, el amo del mise-en-scène y el diseño de producción parece aquí por momentos intentar desplazar la cámara lo menos posible, presentando escenas de acción cual cuadros congelados mientras pasaban, como si el movimiento fuese algo que extirpar de la forma de arte que es el cine. Aquí suma dos elementos más: el uso selectivo del blanco y negro, desplegado a menudo de manera efectista para luego darle fuerza al contraste con el color, y una secuencia final animada a mano, una desviación de su preferida técnica de stop motion. cronica francesa Donde quizás yazca la incapacidad de La Crónica Francesa de enamorarme, y aquí vuelvo al primer párrafo, es que al igual que en The Grand Budapest Hotel, el cuidado estético por la época y el estilo parece comerse un poco a la película, pareciendo justamente esas casas de muñecas con las que se compara la obra del director en lo frio e inmóvil. El cometido explícito de la película es homenajear esas publicaciones impresas del siglo XX, principalmente The New Yorker como delata la estética de las portadas del The French Dispatch que pueden verse mientras corren los créditos. Los periodistas, también son composiciones ficcionales basados en personales reales (en mi limitado conocimiento sobre literatura norteamericana del siglo XX, solo reconocí lo que tenía el personaje de Wright de James Baldwin). Es decir, esto es más un tema que una hipótesis emocional, que un corazón para el film. De hecho, algo acerca de la obra de Wes Anderson terminó de hacerme clic con La Crónica Francesa. Cierto espíritu conservador, en el sentido más llano del término, que reside en su amor por lo antiguo (aquí por los 1920s y 1960s) y cierta cultura de masa afrancesada que pasa la “vara” de los intelectuales a los que no les gusta la cultura de masa. Por suerte aquí su aproximación a esos temas, como el mundo del arte o la revolución juvenil, está aproximada con igual cuota de nostalgia de ojos grandes como de ironía y acidez bien despierta. En definitiva, en La Crónica Francesa tenemos acá otro ejemplo del último Wes Anderson, más detallista y formalmente experimental que nunca, pero también un poco más frio y clínico. Cada uno sabrá.
Eternals se presenta como una nueva mirada, más artística, para el Universo Marvel ¿Pero logra su cometido? La promesa tácita de Eternals, repetida en tráileres y entrevistas, es ser la película diferente de Marvel. La que romper el molde de la factoría de superhéroes del Ratón, e inyecta “arte” en la fórmula taquillera de la Casa de las Ideas gracias a la mirada fresca y la mano firme de la directora Chloé Zhao, reciente ganadora del Oscar por la poética e incisiva Nomadland. Esa promesa, la promesa de un nuevo rumbo para el MCU, no ha sido cumplida por las más de dos horas y media que acabo de ver en la pantalla grande. En todo caso, Eternals es la prueba que tomar dicha fórmula Marvel e intercalar, entre las peleas y los chistes, bellos y largos paneos panorámicos, cinematografía luminosa y momentos de silencio no es igual a hacer un film de auteur de superhéroes. Algo falta, alma quizá, como a estos dioses eternos que no son lo que parecen. En el comienzo, nos reciben columnas de texto explicativo sobre una pantalla negra, las cuales esbozan algunos conceptos básicos. Las párrafos también sientan el tono, delatando antes de empezar que Eternals quiere ser una película épica. Quiere ser como La Comunidad del Anillo o la reciente Dune. El mero acto de abrir con exposición de información, además de transmitir lo que se lee en las palabras, intenta decirnos que acá hay tanta mitología que no alcanza la película para contenerla. Pero realmente lo que significa es otra cosa: o que no se confía en que el espectador va a ser capaz de entender todo eso durante el desarrollo del film, o que sus creadores no fueron capaces de plasmar toda la información pertinente en la pantalla. Sea una o la otra, es un mal augurio. Lo que hacen esas parrafadas es recordarnos que existen los Celestials, esos überdioses arquitectos del universo que ya vimos un poco en Guardianes de la Galaxia. Uno de ellos, Arishem, emprende una cruzada contra los perniciosos Deviants, seres que atentan contra el tejido de la vida y el universo. Su arma son justamente los Eternals, alienígenas del planeta Olympia con poderes similares o superiores a un Thor y que, como indica su nombre, viven vidas sin fin. O por lo menos, muy largas. Luego de una impresionante secuencia inicial, en la cual vemos el arribo de los Eternals a la Mesopotamia de los albores de la civilización sedentaria y su enfrentamiento con los Deviants que atormentan la Tierra, la película da un salto al tiempo actual. Desde allí, y usando como disparador la aparición de estos monstruos que creían haber erradicado 500 años atrás, la película adopta la clásica fórmula de “juntar a la banda”, tan utilizada en películas de ladrones de bancos. Un roadtrip sin mucho road encabezado por Sersi (Gemma Chan) e Ikaris (Richard Madden), los dos eternos en el centro del relato. Mientras tanto, diferentes flashbacks van llenando algunos de los vacíos en la milenaria historia de la estancia de los Eternals en nuestro planeta. Allí yace uno de los puntos fuertes del largometraje: sus escenarios antiguos, que van desde Babilonia a Tenochtitlan. Es allí, en esos escapes al pasado de la historia de la humanidad, los cuales intentan cinematográficamente mezclar escala con intimidad, es donde se nota más la mano de Zhao. Nunca una del Universo Cinemático Marvel tuvo tanto “aire”: largas tomas escenográficas, con una cinematografía que deja que la luz brille y una cámara que se queda explorando los detalle de una roca o un par de manos tomadas juntas. También parte de esta búsqueda es la que, de seguro, representa la banda sonora más austera de Marvel. Más que las melodías de Ramin Djawadi, correcto pero lejos de sus mejores laburos en HBO (Game of Thrones, Westworld), lo que destaca aquí es el silencio, que colma escenas enteras donde solo se puede oír el dialogo de los actores. Pero todas estas decisiones “artísticas” caen en saco sin fondo si no hay una apuesta más fuerte de fondo, a nivel guión. El cual, como suele ser en estos casos, denota en los créditos por lo menos 3 reescrituras. En ese sentido, Eternals no es más que la fórmula Marvel, la cual no puede dejar de señalarse ya vimos desplegada más de dos docenas de veces a esta parte, con algunos toques de estilo introducidos como adorno y estirada hasta 45 minutos más de lo que era necesario. Porque ese es otro requisito de una épica, tiene que ser larga. En cuanto a ese otro ingrediente, las peleas y el rebote de chistes y personalidades a las que nos tiene acostumbrados esta macro saga, el saldo también está raleado. Por un lado, la acción no ofrece nada nuevo, y el diseño poco inspirado de los Deviants, quienes además de verse reducidos a bestias con poca profundidad de caracterización, son condenados a verse como un animal de la Pandora de James Cameron al los que le falta la piel. Por otro, el elenco de Eternals es muy bueno, aunque se lamenta que no hay un guión ahí lo suficientemente bueno que les de algo que hacer. Lo mejor diría es Kumail Nanjiani como Kingo, irreconocible con sus nuevos músculos, pero igual de carismático y gracioso que en Sillicon Valley. Tanto así, que no dudo que en breve lo veremos intentando seguir el camino de tantos otros en pos de su propia franquicia de comedias de acción. Otro punto fuerte es Angelina Jolie, en un rol mucho más pequeño del que deja adivinar su lugar prominente en posters y tráilers. Aun así, cuando aparece en pantalla exuda autoridad y fuerza como Thena, a la altura de la diosa guerrera que encarna. Brian Tyree Henry como Phastos y Lauren Ridloff como Makkari, otros dos destacados. En ese sentido, es una pena que justamente de los más flojos sean Chan y Madden, quienes además carecen de la química en pantalla que demanda su historia de amor a través de los milenios. Al final, llega el cursorio tercer acto, con su orgia de CGI y cierta tendencia a la tragedia, a partir de la que se entienden las comparaciones con el Snyderverso que se pueden leer en redes y reseñas. También hay dos escenas postcréditos, quizás las más baiteras que nos ha ofrecido Marvel en años. Pero, para entonces, ya es muy tarde para levantar a Eternals, que perfila como el gran experimento fallido del estudio, arrinconándolo aún más entre una fórmula gastada y su incapacidad por salir de ella airoso.
Con Dune, Denis Villeneuve se le anima a otro amado clásico de ciencia ficción ¿Está a la altura de la expectativas? Denis Villeneuve lo hizo de nuevo. Dune ofrece una invitación a un mundo de ciencia ficción fascinante, en el que te podés perder (si así lo querés). Incluso con un elenco de marquesina que reúne a muchos de los nombres más convocantes del momento, el protagonismo se lo roba un alucinante diseño de producción que relata con cada objeto y ángulo arquitectónico un pedazo de historia. Para bien o para mal, esta es una película más preocupada por relatar un mundo que a una relación o el desarrollo de un personaje. En su sensibilidad estética, adusta y alienígena, que tanto disgustó a los fans de David Lynch y Alejandro Jodorowsky ni bien comenzaron a circular los trailers, se puede ver ecos de los films de Ridley Scott, especialmente de Prometheus para adelante. Algo que quizás se trajo de su también excelente, aunque poco taquillera secuela de Blade Runner. El diseño mecánico de las naves de Dune recuerda los mejores animes de los ochentas y noventas. El diseño de vestuario es apropiadamente avant-garde y extraño, pero al mismo tiempo lleno de referencias tangibles que cargan los símbolos (como los hijabs que usan los locales del planeta desértico). Pero quizás el mejor elogio que se puede dar es que uno se olvida que está viendo CGI. Estás realmente en Arrakis. A lo visual se debe sumar la banda sonora de Hans Zimmer, que con 40 años en el rubro parece encontrar un techo para su arte. Esté la instrumentación bombástica, así como esos graves que popularizó el compositor con su trabajo para The Dark Knight. Pero también momentos más delicados, con marcada influencia de sonidos de Medio Oriente. En particular, el tema de las Bene Gesserit, un mix de voces corales y habladas inquietante, le suma muchísimo a la ominosa presencia de la misteriosa orden, y se queda con uno mucho después que terminó de sonar. Villeneuve, junto con sus coguionistas Jon Spaihts (Prometheus, Doctor Strange) y Eric Roth (Forrest Gump, Munich, El Misterioso Caso de Benjamin Button), están preocupados en Dune por introducir un mundo, por dotarlo de historia. La historia de los Atreides y los Harkonnen, de los Fremen y la especia, son solo el lienzo sobre el que se pinta el mundo ficcional de Frank Herbert. Un enfoque que puede ser tildado de deshumanizador y frio. Si, para mi, no llega a tales extremos, es por virtud del elenco. Con sus dotes actorales, pero ún más con su presencia (y todos acá tienen pasta de movie star) logran destacarse y darle carnadura a personajes que no tienen tantos momentos sobre la página con los cuales trabajar. El núcleo familiar de los Atreides (Oscar Isaac, Rebecca Ferguson y Timothée Chalamet), los más destacados. Duna Mucho se ha escrito de lo influyente que ha sido Dune. En ese sentido, de manera similar al caso de John Carter, quien tenga aquí su primer contacto con el mundo de Herbert verá toques similares a otras historias más presentes en la cultura pop. (Cuando sacó George Lucas de acá es increíble). Pero eso debería jugarle a su favor, no en contra de la película. Otro tópico es la mirada política de la historia. No la intriga palaciega entre los Atreides y Harkonnen, sino los deliberados guiños visuales a las guerras en Medio Oriente libradas por Estados Unidos en los últimos 30 años. Que la película abra con un ataque terrorista de los Fremen y la voz en off de Zendaya, la cual nos pone como espectadores del lado de los locales, hace explicita la intención de Villeneuve, que alguno podrá juzgar de poco sutil. Por otro lado, el hoy criticado tropo del “mesías blanco”, del extranjero que viene a liberar los pobres oprimidos que no pueden liberarse solos, está y siempre estuvo al centro de Dune. (Para que no quede dudas, se casteó al más blanco y carilindo y hegemónico actor disponible en el papel de Paul Atreides). Queda más para la hipotética segunda parte (que aún no ha sido aprobada por el estudio y cuya existencia según el director depende enteramente de la taquilla de esta) ver como los guionistas laburan el material original para amortiguar el impacto. En definitiva, con más de dos horas y media que solo cuentan media historia (Parte 1 avisa al principio, un subtítulo ausente en los posters y trailers), y un ritmo meditativo similar al de Blade Runner 2049, Dune podría no ser para todo el mundo. Pero quien tenga ganas de dejarse ir, de perderse en otro mundo, le recomiendo que se busque la pantalla más grande, con el mejor sonido disponible, y que tenga buen viaje.
Después del éxito de la primera entrega, Venom regresa a los cines para enfrentar a Carnage, ¿cómo se compara con la anterior? Gracias al impacto de las redes sociales y sitios que compilan reseñas en un solo número, los blockbusters actuales bajo la amenazante sombra de la crítica. Ya no alcanza con que hagan dinero, sino que además deben agradar lo suficiente a la crítica profesional y amateur, pues una mala “nota” en Rotten Tomatoes o Metacritic puede tener un impacto directo en la taquilla de la película. Una mala recepción crítica puede motivar el reboot de una franquicia incluso si hizo mucha plata como, por ejemplo, Suicide Squad ¿Es este también el caso de Venom: Let There Be Carnage? No, no lo es. Sony prefiere acá pecar de bilardista y dice “equipo que gana no se toca”. Sí, Venom fue destruida por la crítica (tiene 30/100 en Rotten Tomatoes), el remate de muchos chistes en redes. Pero recaudó más de 850 millones de dólares, la mayoría de ellos fuera de Estados Unidos. Fue además un hit en China, algo que les agrada mucho a los mandamases de Hollywood hoy en día. Acá no hay reboot, ni soft ni nada. Es más, se profundiza muchas de las elecciones tomadas en la primera película. La comedia estilo buddy cop entre Eddie Brock (Tom Hardy) y el simbionte Venom sigue estando en el corazón del film. Aunque es cierto que Hardy le baja varios cambios a esa actuación “nerviosa” de la primera parte. También persiste esa onda noventosa que permea toda la película. Hasta la tipografía del logo parece sacado de la portada de un disco de nü metal. De hecho, esta secuela me convence de que, si hay que buscar una genealogía que haga posible a Venom: Let There Be Carnage esta incluiría sin lugar a duda a las hoy vilipendiadas Batman de Joel Schumacher, con su tono desenfadado y juguetón. Hasta tiene chistes sobre Barry Manilow, una suerte de Sergio Denis yanki que dudo la generación Fornite conozca siquiera de nombre. Venom: Let There Be Carnage, basada en una historia atribuida al mismo Hardy y la guionista Kelly Marcel (50 Sombras de Grey), al igual que la anterior, continúa pareciendo una fantasía febril salida de la cabeza de un nene de 12 años (o de Rob Liefeld). La acción misma parece muy “apta para todo público”, enfrentando al héroe contra un asesino serial con un simbionte que se llama Carnage (que podría traducirse como Masacre) sin salpicar ni una gota de sangre. Venom Venom: Let There Be Carnage En ese sentido, realmente podría decirse que esta es una adaptación fiel de esas historietas de los años noventa, para bien o para mal. Lo que sí, uno no termina de acostumbrarse de ver actores del calibre de Hardy, Michelle Williams o Woody Harrelson con esos diálogos en la boca. En lo que esta secuela representa un salto adelante es en la seguridad de la dirección, ahora en manos de Andy Serkis, y la edición. Venom: Let There Be Carnage sabe lo que es, que viene hacer, y lo hace de una manera mucho más cohesiva y expeditiva que la anterior. En tiempos donde hasta la origin story de un personaje de historieta que no fue sensación ni cuando salió en los sesenta es tratado como algo “importante” y “épico”, es refrescante una película que viene a entretener con diversión tonta, y lo hace en noventa minutos. Tras la escena post créditos, queda clarísimo que habrá más Venom, así que podemos alegrarlos que Serkis, Hardy y Marcel encaminaron un poco el barco. Quien vaya al cine a ver una de acción un poco tonta y graciosa (y alguno que otro guiño para el fan de Marvel) saldrá satisfecho.
La oferta de terror en la cartelera no para de crecer, y La Casa Oscura es una buena opción para seguir asustándose en las salas locales La oferta de terror en la cartelera no para de crecer, y La Casa Oscura es una buena opción para seguir asustándose en las salas locales Siempre ha habido un poco de drama, de trauma, en las películas de terror. Por lo menos, en las mejorcitas. Pero, quizás atribuible al impacto que la “revolución A24” ha tenido en el género durante los últimos años (con el nuevo clásico Hereditary de Ari Aster a la cabeza), la proporción que le corresponde a cada ingrediente en la fórmula de lo que pensamos una buena de terror han ido ajustándose. Allí reside la mayor fortaleza de La Casa Oscura (The Night House, literalmente La Casa Nocturna o La Casa de la Noche), la nueva película de David Bruckner (El Ritual). En dejar que el drama gane terreno ante los sustos, tanto en tiempo de metraje como en convenciones genéricas. Desde la primera escena, que nos muestra a Beth llegando a su casa junto al lago tras el funeral de su marido, queda claro que el drama humano será uno de los motores de la historia. Si esta apuesta funciona, es porque las actuaciones están a la altura, particularmente la de la protagonista, Rebecca Hall (Iron Man 3, Godzilla vs. Kong). Su retrato de una mujer atormentada por el luto y la duda en que la sumerge el inesperado suicidio de su esposa ancla toda la película, que tiene un poco de unipersonal. La decisión de Hall retratar el duelo no como el cliché de la tristeza lacrimógena, sino como una situación que llena de enojo en la imposibilidad de comprender la lógica detrás de una ruptura con la cotidianidad tan profunda eleva la apuesta por el drama. Ayuda también que el guion de Ben Collins y Luke Piotrowski , junto con dirección de Bruckner, ofrecen un par de escenas donde Hall puede desatar toda la dimensión de las contradictorias emociones que atraviesan a Beth, como una salida after office con colegas de trabajo o un careo con una de las “amigas” de su difunto esposo. Es en esas escenas, tensas y llenas de conflicto humano, donde la comparación con Hereditary está más a mano. El otro puntal de La Casa Noctura es su capacidad de crear una sensación del lugar, de hacernos habitar la modernosa, vidriada casa junto al lago en que Beth y su marido armaron una vida juntos. Esto es en gran medida un triunfo de la cinematógrafa, Elisha Christian, que con sus encuadres y una locación con personalidad propia, nos ubica siempre en tiempo y lugar. Ojo, no es Fincher en Panic Room, pero está muy bien. De a poco, claro, el terror más tradicional se va metiendo en la película. Al principio, lo hace con elegencia, mediante algunos elementos de utilería excelentemente diseñados (un cuaderno de dibujo sospechoso, unos libros sobre ocultismo ominosos, una estatuilla perversa). Promediando el metraje es quizás donde estas dos fuerzas, el drama y el horror, aparecen mejor balanceados. Los primeros sustos son trillados, saltos en la butaca motivados por ruidos fuertes que rompen el silencio, pero bien que te hacen saltar. La casa oscura La cosa se desarma hacia el tercer acto, cuando la necesidad (o imposición) de ofrecer explicaciones deletreadas y mostrar un “monstruo” o “malo” barren con la ambigüedad en la que habita con grandes resultados los primeros dos. Y, en todo caso, si la idea era ir a fondo como suele hacer Aster en sus películas, se quedan más bien cortos. En definitiva, La Casa Oscura es una buena opción de terror dentro de una cartelera que se ha visto saludable en ese frente. Un tercer acto trillado y forzoso en su explicaciones y revelaciones le impide aspirar a la altura que sugiere durante el nudo de la película. Pero aún así muy recomendada, especialmente para los fans del género.
Marvel/Disney nos vuelven a invitar a conocer un rincón menos conocido de su Universo Cinemático con Shang-Chi ¿Tienen otra ganadora entre manos? Tuvimos dos años enteros de abstinencia de Universo Cinemático Marvel en cines (Spider-Man: Far From Home se estrenó en julio de 2019, en un mundo precovid). Pero ahora, el 2021 amenaza con convertirse en el año con más superhéroes de la Casa de las Ideas en movimiento en la historia. La primera mitad del año le toco a las series de Disney+ (Wandavision, The Falcon and The Winter Soldier, Loki). Black Widow marcó el regreso a la pantalla grande, así como la despedida, tumultuosa, de Natasha Romanov. Siguen todavía Eternals, con su escala cósmica y elenco lleno de estrellas, y el regreso de Peter Parker, que ya está rompiendo records con el tráiler de sus aventuras por el multiverso. Ciertamente a Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos se le hace cuesta arriba a la hora de hacerse notar en esa cartelera desbordada. Pero tiene con que. Quizás parezca raro que a la hora de ofrecer una de artes marciales, Marvel haya elegido el menos conocido Shang-Chi sobre, por ejemplo, Iron Fist (que terminó pasando sin pena ni gloria entre las series nacidas del pacto Marvel/Netflix). En este sentido, hay aqui un claro intento por agregar diversidad en el MCU, lo que aporta algo de frescura a la ya trillada fórmula del origin story superheróico. Además, nunca me van a leer quejándome de nada que ponga más Awkwafina y Michelle Yeoh en nuestras vidas. Shang-Chi ofrece en este sentido un sabor específico de película de Marvel: la aventura autocontenida y mayormente librada del peso de conectar cada cosa con la saga inmensa que acumula decenas de productos audiovisuales. Es decir, es más Ant-Man y Dr. Strange, que otra cosa. Aunque los guiños y referencias son muchos y, la verdad, mayormente bien puestos. Sobre todo, por la habilidad de cierto veterano ganador del Oscar que se come la pantalla cuando le toca hacer de comic relief. Eso sí, se abusa un poco de Wong (Benedict Wong), hasta ahora el abanderado de los asiáticos americanos en el MCU. Quizás lo mejor que pueda decirse de Shang-Chi es que, al modo de Coco, logra no solo decorar una película de acción con mitología china y actores de herencia asiática, sino que toma prestado un poco de la estética y sensibilidad de los films chinos. SHANG-CHI La película de Destin Daniel Cretton (Short Term 12) abre con una batalla que parece sacada de una película xianxia o un juego musou a lo Dinasty Warriors. La acción es uno de los pilares de Shang-Chi, siendo la mayoría de las secuencias ingeniosas y bastante “táctiles” en las coreografías. La escena del colectivo doble que sale en los tráileres es un buen ejemplo de ello La otra pata fuerte de Shang-Chi es que, tomando nota de lo que funcionó en Black Widow, los guionistas Cretton, Dave Callaham y Andrew Lanham construyen el conflicto en torno al drama familiar y la tensión entre padre e hijo, lo que le da un centro de gravedad que ancla la película. Y, además, le da gravitas a un muy buen villano, algo en lo que Marvel fallan más veces de las que acierta. En este punto, ciertamente suma tener un gran elenco, que agarra los pocos momentos de caracterización que puede permitirse un tanque de Hollywood hoy día, y darle dimensión con su oficio. El casting sigue siendo el arma secreta de Kevin Feige. Si Shang-Chi y la Leyenda de los Diez Anillos no se sube al escalafón más alto del MCU es porque el drama y la acción fantástica no siempre fluyen con gracia, sino más bien que tironean la película en direcciones disímiles. Este es un film que desborda de ideas, mitología, arcos de personajes individuales, quizás demasiado. Por lo que termina siendo un poco demasiado largo y, en quizás su peor pecado, hace que su protagonista, cuya introducción es la razón de ser de la cinta, se pierda un poco en el barullo místico. Una crítica recurrente a las películas de Marvel es que sus terceros actos son devorados por una orgia CGI que mata un poco, o todo, del encanto que había granjeado hasta el momento. Usualmente, esta es una crítica que no comparto. Pero esta vez, les tengo que dar la razón. Un poco porque (quizás por apuro, quizás por falta de presupuesto), durante toda la secuencia final, que nos transporta a un mundo de fantasía oriental, los personajes como que no terminan de pegar del todo contra los fondos alla Episodio 1. Y otro poco porque, cuando aparece el villano final, la acción deviene en una cinemática de videojuego. No sabes si estás viendo el final de Shang-Chi o la tapa de un disco de power metal. Aun así, el saldo de Shang-Chi es bueno. Hace reír, por momentos sorprende, e introduce una batería de personajes nuevos al MCU que dan ganas de seguir viendo. A estas alturas, no le podemos pedir mucho más a muestra telenovela de superhéroes favorita.
Uno de los directores más celebrados del MCU desembarca en DC. ¿El regreso de The Suicide Squad está a la altura de las expectativas? The Suicide Squad es de esas producciones con tanta historia que amenaza con comerse a la misma película, y a esta reseña con ella. Tenemos a la telenovela de la cinta original, con campaña de fans incluida para que se le dé el mismo tratamiento que a Justice League. También la igual de sonada salida del director James Gunn, famoso por sus Guardianes de la Galaxia, de Disney y su arribo en Warner. Y, como producto de la combinación de esos dos elementos, El Escuadrón Suicida de seguro caerá de una manera u otra en la grieta DC/Marvel que puede leerse en las redes. Algo especialmente palpable en Argentina, que históricamente “es de DC”. No ayuda que el estudio, en un intento de borrar la existencia de la anterior película, tituló sin reconocimiento de que esta es una secuela, solo agregando el “The” para intentar salvar las inevitables futuras confusiones. Por suerte, la calidad del material es lo suficientemente bueno como para que, una vez que el polvo se asiente, la película se pare sobre sus propios pies. The Suicide Squad, como pudimos ver en la versión anterior, cuenta la historia de la Task Force X, una operación militar creada por Amanda Waller (Viola Davis) a partir del reclutamiento de supervillanos que cumplen su condena en la prisión de máxima seguridad Belle Reve. A cambio de poner el cuerpo, los prisioneros reciben un descuento de su pena. Si intentan escapar o se van contra las órdenes dadas, la bomba insertada en su cerebro estalla. Escuadrón Suicida Esta vez la misión los lleva una ficticia isla nación caribeña llamada Corto Maltese, donde deberán destruir una peligrosa investigación antes que los nuevos dictadores (que, mediante un golpe de estado, derrocaron a los antiguos dictadores) puedan usarla contra los Estados Unidos. De la formación anterior regresan Harley Quinn (Margot Robbie), Rick Flag (Joel Kinnaman) y Captain Boomerang (Jai Courtney). Se suman Bloodsport (Idris Elba), Peacemaker (John Cena), Ratcatcher 2 (Daniela Melchior), Polka-Dot Man (David Dastmalchian), Savant (Michael Rooker), Blackguard (Pete Davidson), T.D.K. (Nathan Fillion), Javelin (Flula Borg), Mongal (Mayling Ng), Weasel (Sean Gunn), Calendar Man (también Sean Gunn) y King Shark (con la voz de Sylvester Stallone). (De la trama no diré nada más, porque se disfrutan más sus vueltas de rosca viéndola a ciegas. Aunque debo comentar que, en ese frente, la campaña de marketing hizo un pésimo trabajo. Si viste el último tráiler, vas al cine sabiendo el remate a la mitad de los chistes). Si el elenco de villanos de la C parece excesivo, desbordante, desquiciado, esto es porque está es la apuesta de The Suicide Squad y, no casualmente, es una de las marcas de Gunn. Desde la apertura, con créditos de fílmico lavado y una canción de Johnny Cash (¿un guiño para Snyder?), queda claro que aquí el guionista y director volvió a apelar a la nostalgia por las cintas de exploitation de los setenta que claramente fueron una escuela para él. De hecho, aquí Gunn se acerca mucho más al espíritu de Troma, la productora con la que se hizo su nombre en los noventa, ya que lejos de la mirada castradora del Ratón Mickey y su mandato ATP, pudo desatar todo su amor por el gore y la violencia caricaturizada al punto de la comedia. Tan es así que por momentos sorprende que The Suicide Squad, que contiene como vimos en los avances a un tiburón humanoide partiendo un ser humano a la mitad con las manos, haya sido calificada con un suave +13. Escuadrón Suicida Más allá de la sangre y las tripas, es posible encontrar cierto ADN compartido con sus dos hits de superhéroes previos, hechos para la competencia, en la sensibilidad con que se van construyendo los personajes y el equipo. Si bien esto le quita un poco de lustre a la fórmula, no por eso es menos efectiva. Uno puede ver cómo va tirando de los hilos, y sin embargo cuando llega el momento de las resoluciones emotivas a los arcos personales y grupales del elenco, estas pegan con igual fuerza. La acción es vistosa e ingeniosa, los chistes son (casi siempre) graciosos y los personajes son queribles, no importa que tan tirados de los pelos sea el concepto en que están basados. Pero quizás lo más admirable del trabajo de Gunn y, en particular, The Suicide Squad, es la facilidad con la que la película baila entre los diferentes registros. Hasta puede encontrarse un comentario geopolítico, necesario si tenemos en cuenta el mero concepto de la película sobre un equipo clandestino de los Estados Unidos desplegado para intervenir como se le dé la gana en naciones soberanas a lo largo y ancho del mundo, y mucho más logrado que cualquier paseo de Superman por el Congreso. (Hay, también, por lo menos dos o tres guiños a la Argentina, que de seguro no se le escaparan al espectador local, y que invitan a pensar cual es la conexión criolla con El Escuadrón Suicida). Que un personaje sea establecido como un remate no quita que una hora después tenga un momento delicado que enternece, o que haya una escena emotiva en que conectan dos actores no evita que acto seguido la cosa más bizarra inunde la pantalla. Todo esto sin que el contraste rompa el hechizo puesto sobre el espectador, porque desde la primera escena quedó establecido que, durante el lapso de estas dos horas y monedas, vale todo. En este sentido, The Suicide Squad aparece casi como un antídoto a la seriedad en blanco y negro, el dark & gritty que ha terminado por definir a la franquicia bajo el mando del ya removido Zack Snyder. Lo que, por otro lado, de seguro traerá cola dentro de los fans más leales del cineasta detrás de Man of Steel y Batman v. Superman. No debe dejar de señalarse que esto también es posible gracias al elenco de The Suicide Squad, que es capaz de encontrarse en la comedia, la acción y el drama por igual. Se destacan sobre todo Idris Elba, Viola Davis, la revelación de la película Daniela Melchior y Margot Robbie, quien ya ha hecho de Harley una segunda piel. En resumen, estamos ante una gran comedia de acción, que prueba que Gunn entiende como armar una película de superhéroes, o tanque de Hollywood en general. Primero pone a los personajes, mientras más extravagantes mejor, y los arroja en una aventura llena de sentido del humor y el corazón. Todo lo demás, el espectáculo y la acción, cae por su propio peso.
Disney busca el próximo Piratas del Caribe junto a La Roca y Emily Blunt. ¿Jungle Cruise logra su cometido? Al igual que su franquicia live-action más famosa, Piratas del Caribe, hoy intocable por la naturaleza radioactiva de Johnny Depp, Jungle Cruise está basado en una atracción clásica de Disneyland. En este sentido, podría argumentarse que la película triunfa, para bien y para mal, en parecerse al juego de parque de diversiones. Uno en que uno puede mayormente perderse por un rato y entretenerse, pero que una y otra vez nos recuerda que estamos ante artificio sin mucho más debajo de la superficie. Al contrario de lo que podría uno inferir al mirar los posters y demás materiales promocionales, la protagonista de Jungle Cruise es la doctora en botánica Lily Houghton (Emily Blunt), quien junto con su hermano MacGregor (Jack Whitehall) viaja en 1916 a la selva amazónica en búsqueda de una flor de leyenda, Las Lágrimas de la Luna, que se dice es una panacea que todo lo cura. Allí se encuentra con el capitán Frank Wolff (Dwayne La Roca Jahnson), quien los guiara a través del rio más largo del mundo. En contra no solo tendrán a la voraz selva y al patriarcado representado la vetusta sociedad científica, sino también a un príncipe prusiano, Joachim (Jesse Plemons), que les permite dejar descansar por un rato a los nazis como villanos, sin por eso prescindir de todos los tropos asociados de los alemanes excéntricos y despiadados. (La inclusión de un personaje veladamente, pero nunca explícitamente, gay como MacGregor de seguro generará publicidad gratis a la película, tanto por los indignados de su inclusión en un film familiar, como por aquellos que opinan que no se fue lo suficientemente lejos en la inclusión). De lo mejor de Jungle Cruise es su inmersión en un mundo con muchas capas y épocas, mezclándose a lo largo del viaje el pasado de la conquista española con el mundo del ocaso de la Belle Époque y la Gran Guerra. Aunque en el último tercio de la película, este volumen de la trama le termine jugando en contra, debiendo desacelerar el fundamental tirón hacia la conclusión para meter demasiada exposición, explicaciones y flashbacks. En la historia de conquista genocida y magia exótica, Jungle Cruise recuerda a la genial y poco vista La Fuente de Darren Aronofsky, pero ciertamente su ADN está más cerca de otra película de Rachel Weisz, La Momia. Como esta última, aquí se intenta invocar, con cierto éxito, la influencia del cine de aventura codificado para dos o tres generaciones en Indiana Jones, a su vez un rescate de los viejos seriales hollywoodenses de la primera mitad del siglo XX. Esta búsqueda es acentuada, por momentos, por la banda sonora “williamsiana” de James Newton Howard. (Mientras que, en otros, encontramos el uso más inesperado de una canción de Metallica en una de Disney para toda la familia). Podría decirse que Jungle Cruise está más cerca de la de Stephen Sommers que la de Spielberg en que termina por perderse en la selva del CGI, dotando a escenas de acción que de seguro nacieron en hermosos storyboards de esa ingravidez y artificialidad de simulador de Sacoa que plaga al cine de género desde que George Lucas fundó el culto a la pantalla verde con Episodio I. Lo cual podría parecer contraintuitivo, teniendo en cuenta que el director Jaume Collet-Serra, catalán de nacimiento, pero formado en Hollywood, nos tiene acostumbrados a un cine de acción con los pies más en la tierra, ejemplificado en sus múltiples colaboraciones con Liam “te voy a encontrar estés donde estés” Neeson. Jungle Cruise Es una pena, porque como suele ser el caso en este tipo de tanques, puede verse un trabajo hermoso de los equipos de diseño de producción y vestuario. En particular las secuencias ambientadas en el siglo XVI dejan ver una ambientación preciosista, con detalles alucinantes como las barrocas armaduras de los conquistadores españoles. Claro que, cuando pones en cartel a dos de las estrellas más carismáticas de la actualidad como lo son La Roca y Emily Blunt, es evidente que la apuesta está en otro lado ¿Funciona la apuesta? Sí y no. Como nos tienen acostumbrados, ambos llenan la pantalla de manera que parece casi natural, sin esfuerzo, con su encanto. Donde no me termino de decidir es si compro la pareja, el histeriqueo del will-they-won’t-they de parejita dispareja que pelea, pero se ama. En este sentido, creo que Jungle Cruise falla en hacer que la suma sea más que sus partes. En definitiva, tenemos aquí otro ejemplo de la máquina Disney ATP en modo mitad de tabla, que nunca termina de deslumbrar, pero sabe cumplir. Brilla el carisma del elenco puesto en pantalla y el trabajo de producción. Pero se cae en el uso indiscriminado de CGI que va detrimento de lo cinético e inmersivo que debe tener el cine de género, de aventura, además del error no forzado de estirar y amontonar historia y minutos de metraje, cuando a los efectos de entretener hubiese sido más efectivo algo más aerodinámico y compacto.