"Eternals": lánguidos, tristones y melancos
La película dirigida por Chloé Zhao, la realizadora de "Nomadland", propone una larga cadena de traiciones y engaños dignos de un culebrón mexicano y oralizados con una seriedad sepulcral.
El Universo Cinematográfico Marvel continúa avanzando rumbo a la conquista de la taquilla planetaria. Por el encadenamiento narrativo de su sistema de fases, Eternals es la tercera película de la fase 4, iniciada con Black Widow y Shang-Chi y la leyenda de los Diez Anillos. Pero la vuelta de página luego de la muerte de varios Avengers en Endgame empieza oficialmente con esta historia sobre un grupo de superhéroes provenientes del planeta Olimpia que llegaron a la Tierra miles de años atrás. Ese aire iniciático se nota, principalmente, en un relato centrado no tanto en la acción como en la presentación de los personajes, con sus motivaciones, historias personales (hay varios romances y traumitas que atraviesan siglos) y vínculos en primer plano. Gran problemón insorteable para Eternals: ninguno de ellos les llega a los talones en términos de carisma a Iron Man, Thor o Black Widow. Ninguno tiene su interés, menos su magnetismo. Aquí son tristones y melancos, tipos y tipas que de tan preocupados por todo emanan languidez y una falta de vitalidad llamativa para los parámetros superheroicos. Ni Batman vs Superman, hermanados al saber que sus madres compartían nombre, llegó a tanto.
El segundo problema es que todo eso empapa una película que dura más de dos horas y media, pero podría durar, siendo generosos, cuarenta minutos menos. Si con la elección de Chloé Zhao como directora -que pega el salto de los dramas indies naturalistas y más bien parcos, con la oscarizada Nomadland como muestra de su estilo, a una superproducción enorme- se buscaba darle una impronta terrenal a lo que hasta entonces era épico y frenético, la apuesta no parece haber salido bien. El despliegue visual de Eternals, desde ya, es apabullante, aunque gratuito, con fondos digitales incluso en aquellas escenas que podrían haberse resuelto de manera analógica, utilizando las viejas y queridas locaciones. Pero hay aquí una ambición que hace que se hable –mucho, demasiado– del universo, la galaxia, Dios, la humanidad, el Bien y el Mal, con mayúsculas. La vieja troupe podía ser cualquier cosa, pero evitaba caer en el existencialismo new age de quienes, para colmo, han vivido engañados.
No conviene adelantar de qué va el engaño en estas épocas de tiranía del spoiler. Lo cierto que es que los Eternals llegaron en una nave espacial, mandatados para la voz de su líder, el dios Arishem, para evitar que los Desviantes tomaran el control de la humanidad. Sin embargo, esos bichos, cruzas de Alien con el monstruo de The Host, de Bong Joon-ho, reaparecieron una y otra vez a lo largo de la historia, siempre para enfrentarse con un grupo que representa un amplio abanico racial. Hay afroamericanos (Brian Tyree Henry, cuyo Phastos también es gay, cuestión de tildar dos ítems de la corrección política con un mismo movimiento), asiáticos (Gemma Chan, Ma Dong-seok), indios (Kumail Nanjiani) y latinos (Salma Hayek). Y una directora de origen chino. Marvel arma elencos y equipos técnicos pensando menos en el norte artístico del proyecto de turno que en poder ufanarse de acumular distintas tonalidades de pigmentación.
La troupe anduvo por Babilonia hace 2500 años y por Tenochtitlán hace 800. En la actualidad –que, según se dice, es cinco años luego de Endgame- la cosa parece muy tranquila y cada uno anda en la suya, hasta que uno de esos reptiles aparece de la nada para manducarse la cabeza de un hombre. Un inicio violentísimo que preludia una de las pocas escenas de acción urbana de toda la película. Lo que descubren es que los bichos, a diferencia de antes, tienen la capacidad para regenerarse. Es de esperar que ocurra lo habitual: que los Eternals se junten, se peleen un rato entre ellos, se unan ante un mal mayor, tiren algún chiste, ganen y su ruta. Pero no. Eternals propone una larga cadena de traiciones y engaños dignos de culebrón mexicano y oralizados con una seriedad sepulcral. Por ahí también está Angelina Jolie paseándose como sonámbula, metiendo algún que otro bocadillo out of context, mientras abraza un registro que mezcla desinterés y cuelgue. Como la película.