ARCHIENEMIGA DEL CINE
Debo agradecer a Chloé Zhao y al film Eternals por devolverme las ganas de dejar de lado la diplomacia, de desatarme, de elevarme cual semidiós seudoheleno por encima del léxico correcto y permitirme en una crítica, como cuando era chico y creía que solo se trataba de eso, ejercitar el arte de insultar.
Eternals es la historia de diez semidioses creados por un Celestial (un ultradios) en una mitología bastante boba. Fueron enviados a la Tierra desde un planeta que aparentemente se llama Olimpia (u Olympia, u Olivia, o Laferrere, para el caso da igual) para proteger a la humanidad de unos cosos monstruosos, mitad dragones mitad rabo hervido (¿vieron alguna vez rabo hervido? Riquísimo en el puchero, además da un gran caldo; si hacen puchero, agreguen rabo; perdón, bueno, los cosos estos recuerdan las fibras transversales de carne en el hueso de rabo) llamados Desviantes. Los semidioses-FBI intergaláctico, con los superpoderes más locos del cómic, solo tienen como fin reventar a bifes a los Desviantes y enseñarles a los incipientes humanos a usar ladrillos, hacer surcos en la tierra, plantar semillas y, a juzgar por lo horrible de los fondos digitales, a usar el Movie Maker (bueno, estamos hablando de los albores de la Humanidad). Pasan muchos años y en un par de momentos se preguntan por qué mejor no impiden que los humanos se revienten entre ellos. Dado el secreto (que la Tierra es el huevo para que nazca otro Celestial que, en lugar de alimentarse de clara de huevo como cualquier pollito, se nutre de la inteligencia de los humanos, vaya a saber uno cómo) el espectador también se pregunta por qué no intervienen. Lo único que parecen querer los Eternals es volver a su planeta. Bueno, no. Se enamoran de la Tierra y de los humanos. Bueno, no. Se enamoran entre ellos. Bueno, no. A veces se casan. Bueno, no sabemos qué quieren. Tampoco sabemos mucho qué quieren los Desviantes que reaparecen de golpe. En realidad no sabemos un pito y tampoco es que vayamos a entender mucho al final.
Eso sí, en el transcurso vemos que a) la toma de Tenochtitlán no es una guerra “sino un genocidio” (sic); b) que la bomba atómica es un horror quéspanto miráloquehice; c) que Kit Harington zafa porque solo tiene tres escenas; d) que a Salma Hayek le quedan mal los cuernos y e) que Angelina Jolie se divierte porque -sospechamos- se da cuenta de que esto es una gansada ultra atómica. Que los Eternals tomaron todos los cursos en el Inadi y así están conformados por un rubio, una rubia, un negro, tres asiáticos, una latina, una muda, un indio y una adolescente que no crece. Descubrimos que Zhao ha leído las Grandes Joshas de la Literatura Universal y Popular porque cita explícitamente -e x p l í c i t a m e n t e – a Peter Pan, en lugar de dejarnos adivinarlo o pensarlo metafóricamente a sus espectadores. En cambio, no descubrimos que le gustan los atardeceres porque ya lo sabíamos gracias a la sobre inflada parábola reaccionaria y fea de Nomadland.
Verá el lector que no estamos contando mucho de la trama (aunque le metimos flor de spoiler, tampoco le dimos el definitivo, por si se anima a las dos horas tres cuartos de una película que tranquilamente podía durar un hora y media) porque no solo no se entiende mucho sino que tampoco importa. Ni quiénes son los villanos, ni por qué aparecen, ni por qué se da vuelta el que se da vuelta, ni cuáles son los superpoderes de estos chabones (bueno, sí, pero uno se pregunta cómo el ars telepática del morocho de ojos claros es tan importante como el puño rompe piedras de otro de los personajes) ni casi nada. El asunto es que hace como quinientos años (un par de ídems en el caso de estos seres) que no se ven y se juntan porque en siete días el mundo se va a hacer pelota. Los que la comparan con la Liga de la Justicia de Zack Snyder porque es un grupo que se junta ante una urgencia no vieron nunca Los siete magníficos, ni Los siete samuráis, ni La diligencia, ni Rambito y Rambón. En fin…, estos influencers. Supongo que esa comparación perezosa viene del hecho de que el personaje principal (la actriz sinoamericana -como Zhao- Gemma Chan) trabaja en un museo como la Mujer Maravilla del nuevo universo DC. O que Ikaris vuela, es superfuerte y lanza rayos con los ojos. Igual no hay ningún Batman, pero sí una Flash (que es sorda).
En fin, Eternals es un compendio de todos los afiches bien pensantes del presente dichos con la gracia de un político leyendo el teleprompter, de lecciones de vida más o menos intercaladas por secuencias de acción que, salvo la última, resultan completamente gratuitas, figuritas para darle un poco de ritmo a un relato cuyo texto tampoco es demasiado brillante (los guionistas parecen haber sido los mismos de la campaña de Facundo Manes, digamos). Chloé Zhao cree -y ya lo vimos tanto en Nomadland como en The Rider y en Songs my brothers taught me, donde todavía pensábamos que había una mínima probabilidad de cine- que la pantalla es un aula donde, con la sonrisa de la Señorita María Isabel, nos enseña a ser buenos. Que las imágenes son algo así como salvapantallas para relajar la vista. Que los cuentos y las escenas de acción son el recreo entre lección y lección, necesario para despejar la cabeza y recibir como alcancía hueca las monedas de sabiduría rancia de la realizadora. Nada de ambigüedad, mucho menos de épica aunque haya trompazos bien dados. La épica necesita de un mito, los mitos no carecen de ambigüedades. Y aquí sí, hay una ambigüedad gigante que se resuelve en el buenismo más idiota. Es triste ver que algunas preguntas fundamentales, incluso metafísicas (“¿Por qué me hicieron así?” dice Sprite-Campanita) pasan de largo ante las aserciones indudables. Por un momento, se podría pensar que el hecho (lo señalamos a la salida de la privada con varios colegas y creo que nadie pudo dejar de mencionarlo) que uno de los “Eternals” sea negro, gay y esté casado con un musulmán todo al mismo tiempo es satírico de este estado de cosas. Cuando resulta que no, vemos que la realizadora cae en el didacticismo imbécil. Lo mismo sus discursos sobre el devenir histórico: se le nota a la legua el deseo de cancelar la Historia.
Porque aquí está el gran tema y la gran falta de esta película moral y estéticamente mala que es Eternals. Para la angelical Zhao, todo el devenir humano está mal: el hombre es bueno pero si se lo vigila es mejor, y el gran pecado de estos semicosos es no haber intervenido para evitar los males. No se le ocurre que los aztecas, los mayas y los incas incurrieron en genocidios tan grandes como el de los conquistadores españoles, por ejemplo. Los Eternals tienen como misión en la película corregir el delito (¡divino!) de no haber cancelado la Historia. Pero hay un problema no solo moral en esto, sino estético: de haberlo hecho, no habría habido nunca cuentos, épica, cine. No nos emocionarían ni John Ford ni Mickey Mouse. Habríamos sido amebas meditantes alcanzando rápidamente el Nirvana. Probablemente eso es lo que a Zhao le interesa: la inanidad absoluta. Cínica manera de expresarlo al servicio de un blockbuster de 200 millones de dólares, pero eso, amigos, es un detalle. Chloé Zhao cree que es más lindo mirar una puesta de sol que ir al cine. La prueba: el único Eternal que no se aburre es Kingo, estrella del cine de Bollywood después de ser superhéroe, que hace de comic-relief con ese ayudante que registra en camarita, como un documental, a los otros supertipos. Zhao disuelve esa subtrama porque es un elemento extra que habla del rol del arte en la vida, que tiende a lo divertido, que reduce la solemnidad, que otorga algo de aire no-del-tod-serio a su compendio ilustrado de buenismo subnormal. Y como vimos, a Zhao las películas y su liviandad feliz no le gustan absolutamente nada. El cine encontró a su archienemiga.