Tribulaciones de un joven enamorado. El film comienza mostrando, de manera luminosa y cándida, la gestación de una historia de amor. Más tarde, cuando la felicidad de esa relación es quebrada por la muerte de uno de los integrantes de la pareja, la ingenuidad perdura en la solución a la angustia que procura Pablo, el protagonista: intentar un contacto con el “mundo paralelo” de los muertos.
Eterno paraíso es un drama que roza premisas del cine fantástico, cuya prolija realización compensa parcialmente la inmadurez de su planteo argumental. Una de las buenas decisiones del joven realizador santafesino Walter Becker –quien ya había evidenciado interés por el género fantástico en A dos tintas (2006), codirigida con Lucas di Santo– es no mostrar el ataque que sufre Esperanza, la pareja de Pablo. El trabajo formal de su primer largometraje en solitario es sobrio, sobreponiéndose a cierta estética televisiva: basta reparar en el lento travelling hacia atrás en el hospital cuando se conoce la muerte de Esperanza (como tomando distancia para respetar la tristeza de quienes aparecen en el plano) seguido de un travelling hacia adelante en una posterior escena de llanto (como manera de acercarse a la intimidad de Pablo).
No obstante, transcurrida la media hora inicial el film comienza a destinar demasiado tiempo en exponer el cuidado y la incertidumbre por la salud de Esperanza mientras se encuentra internada en el sanatorio, y si dudosamente eso puede resultar atractivo para el espectador, tampoco alcanza la tensión necesaria el posterior descubrimiento de Pablo del material encarpetado y filmado por su padre, en torno a la posibilidad de comunicarse con “el más allá”. Jugando tímidamente con el suspenso y descartando el humor, sin agregar conflictos menores para alternar la crisis del protagonista con hechos de otro orden (salvo los médicos, no se ve gente trabajando en la película, por ejemplo), Eterno paraíso termina pareciendo una versión modesta de films hollywoodenses como Línea mortal (1990, Joel Schumacher). Lo simplón del guión no quita la evidente capacidad de Becker como realizador.
Por otra parte, la calidez que escatiman la sobreabundante música y la iluminación se balancea con la eficacia de un actor todo terreno como Guillermo Pfening, la belleza de María Abadi y la expresividad de Matías Mayer, quien viene creciendo como actor con diversos trabajos en teatro, cine y TV, y que aquí se pone al hombro un personaje de pocos matices.
Por Fernando Varea