"Eterno paraíso", de Walter Becker y Sebastián Sarquís, , narra con pulso y precisión una historia de amor con ribetes metafísicos. ¿Qué significa la expresión Para siempre? ¿Cuál es el límite?
Mucha tela se ha cortado en el cine sobre la prolongación de la existencia más allá de la muerte, sobre la posibilidad de otros planos, y la (in)finitud de la palabra eternidad. Nos juramos amarnos eternamente, pero, quiérase o no, hay un plazo infranqueable, la muerte nos separa ¿o no?
Luego de A dos tintas, Walter Becker cambia de registro para contar una historia que mezcla el drama romántico, el género fantástico, y las teorías metafísicas; todo con un tono medio muy acorde que hace que Eterno paraíso nunca se empantane y eluda las zonas oscuras en las que fácilmente pudo recaer. Sebastián Sarquís, director de "El mal del sauce", lo acompañó en la producción y co-dirección de algunos tramos del film.
En efecto, Eterno paraíso tenía todas las fichas para optar por dos senderos, o bien ser una propuesta melosa, recargada, melodramática, con todos los lugares comunes de un drama romántico para corazones sensibles; o transitar un camino de lírica críptica, plagado de un metalenguaje pseudo poético y presumiblemente intelectual en el que todos los personajes hablasen en prosa y expusiesen sus teorías sobre el amor eterno, porque sí.
No, Eterno paraíso, no es ni lo uno, ni lo otro, afortunadamente toma una tercera posición, que podría considerarse la más sencilla, y sin embargo, es la de más nobles resultados.
Eterno paraíso es un film sin rebusques, bien entendido el término. Directo, conciso, que logra atrapar por su premisa y por la capacidad de ir desplegando su historia a medida que avanza; nunca pretende ser lo que no es. De entre las mieles del romance triste, la lírica de la metafísica, y las bases del film de género, Becker (también guionista), opta por esto último, y gana.
Pablo sufrió de chico la pérdida de su padre Carlos (Guillermo Pfening, que también participó de un film con varias aristas comunes a este como Tiempo muerto), un investigador obsesionado con una teoría precisamente llamada Eterno paraíso, que hablaba del encuentro con los seres perdidos.
Carlos partió en extrañas circunstancias que nunca fueron reveladas a Pablo (Matías Mayer), marcándolo de por vida. Ahora es un joven algo triste, sensible, que vive con su madre (Celina Font) que por su rostro sabemos que oculta varios detalles. Pablo continúa su noviazgo con Esperanza (María Abadi), amigovios desde muy chicos, unidos por un hecho crucial de sus vidas que se concretó en una reserva natural que eligieron como el paraíso de ese amor.
Las sombras en la vida de Pablo lo atormentan, parecieran que no lo dejan avanzar; y todo conducirá a más hechos trágicos. Deambulando por la noche, Esperanza es asaltada y cae en coma.
Es ahí cuando las sombras de Pablo comienzan aclararse, uniéndose el dolor del pasado con el presente. Las verdades comenzarán a salir a la luz. En menos de 80 minutos, Becker construye una historia que nunca se distrae, con un ritmo que no es lento sino necesariamente triste, todos los elementos están puestos para que sintamos lo que Pablo siente en sus entrañas.
El misterio avanza, y el guion nos introduce a querer saber qué es lo que sucede. Becker mostrará mano firme para mezclar correctamente el drama con el género fantástico metafísico.
Todo lo que se plantea en el film pudo perderse en medio de teorías difíciles de desentrañar, inverosímiles. Pero tanto desde el guion, como desde la puesta, se opta inteligentemente por una sencillez concreta que hace que todo se comprenda, que se apunte a lo fundamental, y no nos perdamos en explicaciones innecesarias.
Mayer, que hasta ahora se había presentado con solvencia en roles secundarios, se muestra convincente en un protagónico absoluto.
María Abadi vuelve a demostrar que, además de poseer belleza naturalista, tiene un gran talento como actriz. Aquí logra transmitir toda la dulzura e incipiente perplejidad de su personaje. Becker logra que entre ambos co protagonista nazca la química necesaria para que esta pareja con un lazo profundo sea creíble. Guillermo Pfening, Celina Font, y Diana Lamas (como la madre de ella) acompañan acordemente, y suman al clima melancólico del film.
Tanto el trabajo en la fotografía como en su banda sonora apuntan hacia lo mismo. Predominan tonos apagados con destellos de luz, azulados con pinceladas naranjas, acordes suaves, y un ritmo que elige no apresurarse para estar siempre contando algo, pero sin dejar que el timing decaiga. Eterno paraíso es un film que sortea favorablemente todas las dificultades que su propuesta pudo presentarle de haber recurrido hacia lo obviamente esperable.
Como un realizador inteligente, Walter Becker supo encontrar lo esencial en su film y así llegar al destino final de modo victorioso.