Pablo y Esperanza parecen predestinados: son noviecitos desde su más tierna infancia y siguen siendo pareja hasta la adultez. Pero ella (María Abadi) sufre un violento robo callejero que la lleva a debatirse entre la vida y la muerte, y esta situación hace que él (Matías Mayer) retome las investigaciones paranormales que su fallecido padre (Guillermo Pfening) dejó inconclusas.
Eterno paraíso está dividida en dos partes que tienen una débil conexión entre sí. Hay una historia de amor que sirve de excusa para introducir lo que realmente parece importarle al guión, que es el elemento fantástico. Los primeros dos tercios de la película, durante los cuales se muestra el entendimiento profundo que hay entre los dos personajes y el sufrimiento que atraviesa él ante el drama hospitalario que padece ella, sólo parecen estar para justificar lo que ocurrirá después.
A raíz de su angustia por lo que le sucedió a Esperanza, Pablo se obsesiona con escritos, videos y grabaciones que dejó su padre. Pero no hay un desarrollo claro de esa búsqueda mística que él retoma. Se habla de “ensoñamiento”, de “sueños lúcidos”, de “estados inexplorados entre la vida y la muerte” y se repite que “la gente odia lo que no puede comprender”. Y es cierto que no se termina de entender qué es lo que está buscando este muchacho. Pero eso no genera odio ni tampoco suspenso, sino confusión.
Si a esto se le suma que se notan las limitaciones de presupuesto que tuvo la producción, el resultado es que las debilidades del guión no sólo resultan indisimulables, sino que quedan todavía más expuestas. Y hacen que Eterno paraíso quede como el bosquejo de una historia a la que le faltó maduración.