Allá por 2007 Walter Becker y Lucas Di Santo hicieron "A dos tintas", donde un pintor en busca de su amada confunde imaginación y realidad. Después Becker se dedicó al cine publicitario y los videoclips. Once años más tarde presenta su primer largo en solitario, una historia romántica donde un flaco antipático en busca de su amada confunde el mundo real con otro paralelo. No podemos decir que ese otro mundo sea imaginario, al menos por ahora. Sí, que el personaje pierde dos seres queridos, que el padre estaba obsesionado con aquello del "control mental profundo" y que la madre pasa la vida entera llamando inútilmente a comer, primero al marido y después al hijo, pero acaso esa llamada sea el ábrete Sésamo que ambos inapetentes necesitan para sus fines, bastante egoístas, dicho sea de paso.
La propuesta es interesante, pero la obra peca de lentitud, y cuando realmente empieza la parte original del asunto ya el espectador está medio desinteresado. Para ansiosos: el lugar del eterno paraíso mencionado en el título es la laguna de Rocha, cerca de Quilmes, bien fotografiada por Sebastián Andrés Gallo. Música, adecuada, Pablo Sala.