Carlos (Guillermo Pfening) se encierra en una habitación de su casa y, entre malhumores y epifanías, escribe algunas ideas con ceño fruncido, pega misteriosos papelitos en la pared, ensaya varias grabaciones en video. Desdoblamientos, mundos paralelos y "ensoñaciones": todo ello se concentra en la investigación de este pensador de aura atribulada y, de allí en adelante, todo es un intento de intriga que nunca se concreta. La película de Walter Becker comienza con esos temas puestos en grandes letras y nunca pasa de allí. Toda la estructura narrativa está sumergida en escenas gratuitas que nunca afirman el relato, en una puesta edulcorada y risible, en un tono de solemnidad que resulta agobiante. Los actores hacen lo que pueden para dar vida a una historia que nunca la tiene, ni en este mundo ni en los que vienen.