El ícono reinventado
Comienzan los años más negros de la historia contemporánea argentina. Corre el año 1976 y, desde la clandestinidad, un periodista ya maduro escribe y escribe. En una carpeta voluminosa se juntan recortes de diarios, fotos, escritos. En cada hoja, la misma presencia: una mujer rubia, menuda, elegantemente vestida y casi siempre sonriente que opaca a cualquiera que entre en cuadro con ella. El periodista es Rodolfo Walsh y es su voz en off la que narra la historia. La mujer es "esa mujer": Eva Duarte de Perón, Evita, la adalid de los descamisados. Walsh ha perseguido su historia por los entresijos de toda la historia política desde los años treinta en adelante, y más allá. La infancia en Los Toldos, la adolescencia truncada de improviso para ganarse la vida como actriz en Buenos Aires y, por supuesto, la apoteosis de la mano de Juan Domingo Perón, el político que marcó para siempre la escena política y social de la Argentina. Un momento de inflexión en el que esa mujer tuvo mucho que ver.
Si bien no hay posibilidad de bajar línea política respecto a la vida de Eva Duarte (su sola presencia en la escena social del país no deja lugar a dobles interpretaciones), sí se podía enfocar la historia de la mujer más emblemática de la Argentina desde un lugar épico romántico. Con el rigor que la caracteriza, puesto al servicio de una trama que está acotada por el género y valiéndose de mucho material de archivo, Seoane no se guarda nada. Eva antes de Perón no la tuvo fácil y hay poco romanticismo en su vida de provincias; no hablemos de sus primeros años en la gran ciudad y su relativamente rápido ascenso en la escena del espectáculo local. Si bien las sutilezas son necesarias, la narración a cargo del personaje de Walsh no es ambigua y no esquiva la violencia, la perversión, las traiciones que surcaron ese ámbito en el que Eva aprendió a moverse.
Sobre sus pensamientos no hay más que letra muerta. ¡Quién podría decir lo que realmente pensaba la mujer más poderosa del país? Eva no escribía y los únicos testimonios que se escuchan de su viva voz corresponden al archivo de sus apariciones públicas, mediatizados por la necesidad política y ajustados en beneficio de Perón. Sin embargo, Seoane la posiciona más allá del simbolismo heroico y apela a su dimensión más humana con flashbacks a la infancia y escenas de ternura conyugal. La animación y sus recursos permiten este juego, no exento de hipérboles e imposibilitado de escapar del romanticismo intrínseco, de la épica evitista.
Y hay que destacar que, si bien esta película es sobre Evita y se centra en ella, es el valor agregado su punto más fuerte. Que la historia de Rodolfo Walsh y sus investigaciones atraviesen la trama, que el archivo bien utilizado reemplace la voz de las animaciones (más meritorias por lo que muestran que por su calidad intrínseca) realmente son factores para destacar. Por lo demás, si no se produce por parte del espectador un acercamiento por fuera de la emoción, si no hay posibilidades de soslayar el contenido romántico-político, no se la puede disfrutar en plenitud: el peronismo es así, como las emociones que despierta. Visceral, a todo o nada. Para propios y para ajenos.