El filme tiene varios problemas. El primero es la indefinición en el tono: sus primeros minutos son de un didactismo que bordea el manual de colegio primario, mientras que luego se mete en cuestiones mucho más oscuras y difíciles.
No es casualidad que los mejores momentos de Eva de la Argentina tengan que ver con aquellos en los que el narrador Rodolfo Walsh investiga el destino del cadáver de Eva Perón. Allí, el film adquiere ritmo de thriller, de película noir, de investigación, que tiene mucho que ver, también, con la profesión que la directora María Seoane ha desarrollado durante mucho tiempo: el periodismo. Pero, lamentablemente, la película no se conforma con recortar un momento de la historia y ponerlo bajo el prisma de lo genérico (algo que a lo que se animó Caetano con Crónica de una fuga, por ejemplo), especulando sobre la realidad, sino que pretende también ser una parte más de la saga que cuenta edulcoradamente al peronismo, sumándole la vida de Eva Duarte y una referencia a la última dictadura militar. Es mucho, no sólo para un film de apenas 75 minutos, sino también para uno que desde la animación apela a una estética visual chata y escasamente interesante.
Eva de la Argentina es la historia de Eva Duarte, desde su nacimiento hasta su muerte. Claro que contar eso es, básicamente, contar el nacimiento del peronismo y de cómo las clases obreras se pudieron sentir representadas en el poder. Pavada de tema. Hace poco, Juan y Eva contaba algunas cosas que aquí se vuelven a ver, pero el film de Paula de Luque difería de este en la manera en que presentaba a la pareja: Seoane es, evidentemente, más “evitista”, arriesga en mostrar a un Perón devastado y débil una vez que la Duarte no está con él. En ese sentido, continúa más una línea histórica que ha querido ver a la presencia de Eva como el verdadero motor que contrarrestaba las taras que Perón arrastraba de su pasado militar. Juan y Eva, por el contrario, ponía a Eva como la mujer detrás del estadista y eso era lo más interesante de un film por demás apolillado.
Pero Eva de la Argentina tiene varios problemas. El primero, y más notorio, es la indefinición en el tono: sus primeros minutos son de un didactismo que bordea el manual de colegio primario, mientras que luego se mete en cuestiones mucho más oscuras y difíciles. Pero, como decíamos anteriormente, la película es demasiado corta como para poder contar adecuadamente todo lo que quiere contar: así recurre a simplificaciones, a dibujar personajes con un trazo demasiado grueso, a mezclar los gobiernos de Perón, la muerte de Eva, la persecución sobre Walsh, y más temas que por más que se nos quiera hablar de una continuidad histórica, desconocen los contrastes de cada tiempo. Estas contradicciones impiden ver si Seoane pensó esto como un producto para instruir a los jóvenes o para un público adulto.
Sin embargo, lo que definitivamente más molesta del film es el escaso cuidado puesto en su aspecto visual y narrativo. El tema es que si se pensó en un film animado, no hay indicios de que a alguno de los involucrados le interese demasiado la animación. Más allá de los dibujos de Solano López, la técnica del cut out, con figuras planas recortadas sobre fondos móviles, genera siempre una sensación de tosquedad. No sólo no hay un aprovechamiento o justificación de esta técnica (aunque parece ser un problema habitual de los productos de Illusion Studios, aunque Boogie el aceitoso se justificaba un poco), sino que además el film está contado desde la voz en off del Walsh dibujado. Es decir, en Eva de la Argentina importan más las palabras y las ideologías que la técnica utilizada. Ese descreimiento del soporte es una demostración de cómo el cine es a veces rehén de las circunstancias y la coyuntura. Una pena, porque Eva de la Argentina tenía en la animación una ventana para escapar del mármol habitual y tener más libertades.