Arriesgada propuesta la de Agüero la de hacer un filme que, con pocos recursos y mucho ingenio, tratara de cubrir o reflejar parte de la complicada, novelística y extravagante historia del cadáver de Eva Perón a lo largo de las décadas posteriores a su muerte hasta su entierro en el Cementerio de la Recoleta. El intento está a la vista y es valioso que el realizador de SALAMANDRA evite la reconstrucción histórica tradicional apostando por una suerte de puesta casi de teatro de vanguardia para armar esta serie de situaciones que se desarrollan a lo largo del derrotero de ese cadáver.
El filme tiene a Gael García Bernal como narrador –una suerte de versión del Almirante Emilio Massera– y es él quien cuenta la historia. Obsesionado con el cuerpo de “esa yegua”, a quien culpa de todos los males del país en una voz en off un tanto didáctica y excesivamente subrayada, su narración dará pie a tres situaciones centrales que se desarrollan después. La primera la protagonizan Imanol Arias y Ailín Salas y transcurre poco después de muerta Evita, con Arias encarnando al Doctor Ara, el hombre que la embalsamó durante años y que tenía, digamos, una peculiar relación con ese cuerpo, que el filme cuenta mejor visual que dramáticamente.
eva no duerme gael_garcia_bernalUna segunda parte la protagoniza el francés Denis Lavant, un militar que, ya luego de la caída de Perón, lleva el cadáver embalsamado a través de la ciudad en una furgoneta. Su relación con un soldado que lo acompaña en la tarea (Niicolás Goldschmit) es el centro de la teatral y por momentos furiosa y física escena en la que ambos vuelven a mostrar su necrofílica fascinación por el cuerpo.
La tercera tiene lugar durante el secuestro del General Aramburu (Daniel Fanego) por los Montoneros (Sofía Brito y Julian Larquier Tellarini), quienes le exigen que les de información sobre el paradero del cadáver que en ese momento estaba en Italia. Para el final, Gael “Massera” Bernal vuelve a aparecer para cerrar la historia de la manera que se conoce.
Más que desde lo dramático/narrativo, lo estrictamente “guionado” –que no termina de ser del todo convincente–, lo que interesa en la película de Agüero es lo que no se dice pero se palpa: su clima, la perversa fascinación por el cuerpo, las largas escenas en las que los actores trabajan físicamente casi a la manera de una pieza teatral del off y, si se quiere ir más lejos, en su mirada entre fascinada y macabra a la historia del peronismo, los militares y Eva Perón que, viva o muerta, continúa siendo un objeto de fascinación para el mundo.
Si su drama no resulta del todo atrapante, sí lo es entonces esa reflexión que va de lo político a lo religioso, de lo místico a lo perverso y de lo solidario a lo macabro que envuelve al peronismo –y a la Argentina– desde hace más de 70 años y que continúa, con pocas modificaciones, hasta el día de hoy.